sábado, 27 de febrero de 2010


NOSTALGIA AUTORITARIA
ANÁLISIS
JOHN M. ACKERMAN
Es una lástima que algunas figuras públicas
aún no se acostumbren a vivir bajo
las reglas de la democracia. Añoran el autoritarismo
del pasado, cuando el Poder Legislativo
servía a los intereses del partido
en el poder y los legisladores se prestaban
a ser meros levantadedos para aprobar las
iniciativas del Presidente de la República.
“No hay nada más que discutir, hay que votar
y punto”, declaró Jorge Castañeda con
desesperación a propósito del desplegado
No a la Generación del No, que organizó
junto con Héctor Aguilar Camín y Federico
Reyes Heroles. “Amigos legisladores:
aprueben las reformas (de Calderón)”,
ordena con soberbia el puñado de exgobernantes,
exfuncionarios públicos, intelectuales
y periodistas abajo firmantes.
El desplegado, difundido el martes 23,
afirma que durante los últimos 13 años ha
existido un “bloqueo persistente al cambio
por parte de las fuerzas políticas”. En
palabras de Sabina Berman, distinguida
colega de la revista Proceso y también firmante
del documento, “todo se confunde
en nuestra democracia para que sencillamente
no se apruebe nada en el Congreso”.
Afortunadamente, tal apreciación es
profundamente equivocada. Ya desde 1997
hemos sido testigos de una gran productividad
legislativa resultado del pluralismo
y dinamismo renovado del Congreso. En
este periodo se han emitido 51 decretos de
reforma constitucional que han modificado
en total más de 100 artículos. Asimismo, la
aprobación de leyes ordinarias se ha acelerado
a un paso nunca antes visto en la historia
de México.
Algunas reformas particularmente
importantes han consistido en la creación
de la Auditoría Superior de la Federación
(ASF), la dotación de autonomía plena
a la Comisión Nacional de los Derechos
Humanos, la aprobación de la ley de transparencia
y la reforma al artículo sexto de
la Constitución, la creación del servicio
civil de carrera, la reforma constitucional
en materia de justicia penal, y la histórica
reforma electoral de 2007-2008, entre
muchas otras de gran envergadura.
Llama la atención que el desplegado
feche el momento del inicio de la supuesta
“parálisis” precisamente en 1997, cuando
el Partido Revolucionario Institucional
(PRI) perdió la mayoría absoluta en la Cámara
de Diputados. El mensaje es claro:
Antes, bajo el régimen del partido del Estado,
el Legislativo sí dejaba “gobernar”.
Hoy, bajo la pluralidad democrática, este
poder se ha convertido supuestamente en
un obstáculo para el avance del país.
No debería sorprender, entonces, que
algunos de los firmantes más conspicuos
del desplegado sean precisamente antiguos
funcionarios priistas, como Ernesto Zedillo,
Pedro Aspe, Jaime Serra Puche y Luis Téllez.
También destaca la firma de Luis Carlos
Ugalde. Sólo faltó la firma de Carlos Salinas.
De cualquier modo, no hacía falta que
“el innombrable” plasmara su autógrafo,
ya que su posición se encuentra más que
representada por los organizadores de esta
declaración pública. En su ensayo Un futuro
para México, que sirve de preámbulo
y contexto para el desplegado, Aguilar Camín
y Castañeda aclaman los tiempos supuestamente
“modernizantes” que vivimos
en México durante el sexenio de Salinas.
“Apenas había empezado la obertura que
sustituiría al nacionalismo revolucionario,
el salto a la modernidad de los noventa,
cuando la triste trilogía del año 1994 –rebelión,
magnicidios, crisis económica–
destruyó la credibilidad del nuevo libreto”.
De acuerdo con estos escritores, hoy habría
que recuperar el proyecto original del “gobierno
audaz e ilustrado” de Salinas.
Otro elemento que confirma el espíritu
salinista del desplegado es la afirmación
de que la propuesta de reforma política de
Calderón constituiría “el cambio más importante
en el país desde 1994”. De un plumazo,
los abajo firmantes borran del mapa
toda la transición política mexicana. La
reforma política de 1996, la alternancia de
2000 y las docenas de reformas constitucionales
que se han aprobado desde entonces
simplemente no se comparan a sus ojos
con las privatizaciones y reformas “audaces”
que impulsó Salinas antes de 1994.
Quizás no fue mera coincidencia que el
mismo día en que se divulgó el desplegado,
Salinas hiciera uno de sus calcu lados
actos de presencia en público. Durante un
foro organizado por la Fundación Espi-
nosa Iglesias, el expresidente ofreció una
conferencia magistral para autoalabarse
por sus esfuerzos para “modernizar el Estado”
cuando era presidente.
El desplegado finge mirar hacia el futuro,
pero en realidad nos invita a volver
la mirada hacia una de las épocas más corruptas,
opacas y autoritarias de la historia
reciente de nuestro país.
Afortunadamente, los legisladores del
Partido de la Revolución Democrática
(PRD) y del PRI no hicieron caso a estos
exabruptos y presentaron sus propias iniciativas
de reforma política, que rebasan por
mucho el alcance de las propuestas de Calderón.
El PRD propone las figuras de plebiscito,
referéndum y revocación de mandato,
así como la participación del Congreso en la
aprobación y seguimiento del Plan Nacional
de Desarrollo. Asimismo, tanto el PRD como
el PRI respaldan la ratificación del gabinete
por el Legislativo, el fortalecimiento de
las comisiones del Congreso, la dotación de
autonomía plena al Ministerio Público y el
fortalecimiento de la ASF.
Bienvenido el debate de estas y otras
propuestas por venir. La historia demuestra
que las mejores reformas siempre han sido
las que primero se debaten de manera democrática
y participativa. Así como existe
la urgente necesidad de una renovación de
nuestra clase política, también hace falta un
cambio en aquellas figuras públicas que no
hacen más que recurrir a las mismas estrategias
chantajistas e intolerantes de siempre. ●
􀀤

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