martes, 27 de julio de 2010

AMLO, LA MAFIA Y LA UNIDAD POPULAR

Columna Asimetrías.

Por Fausto Fernández Ponte




27 julio 2010
ffponte@gmail.com
“Nuestro movimiento está conformado por personas comprometidas a no mentir, no robar y no traicionar”.

Andrés Manuel López Obrador.

I

Andrés Manuel López Obrador presentó el domingo (25/VII/2010) a la ciudadanía su proyecto alternativo de país –habitado por varias naciones, las originarias incluidas, las más marginadas de todos— para “acabar con esta absurda pesadilla”.

La “absurda pesadilla” –no huelga reiterarlo— acosa a millones de mexicanos desde hace cuatro sexenios y medio --28 años--, pero de manera asaz virulenta y terriblemente antisocial en los últimos tres años y pico, en el gobierno de Felipe Calderón.

Tampoco huelga reiterar las manifestaciones de esa pesadilla: saqueo brutal de México y expoliación opresiva de los mexicanos por una mafia oligárquica que utiliza al poder político panista-priísta-perredista del Estado, cínicamente plutocrático.

Ese poder político, al servir a una élite de mexicanos y extranjeros que el propio don AMLO ha popularizado como La Mafia, ha creado un statu quo de opresión material, cultural y psicológica (y hasta espiritual) de la ciudadanía y la propia población infantil.

En ese contexto, el señor López Obrador convocó a miles de connacionales en el zócalo capítalino –el cual se abarrotó, pese a la lluvia— realizada bajo la guisa de una asamblea y anunció, allí, buscar una candidatura partidista a la Presidencia de México.

II

El sucedido que se comenta ofrece varias moralejas y, a la vez, sugiere algunas reflexiones. Es evidente el poder de enorme convocatoria popular de don AMLO --en Oaxaca su apoyo ha llevado a Gabino Cué a la gubernatura— y de organización.
Ello es, insolayblemente, un activo importantísimo para una campaña preelectoral y, luego, elerctoral, para la Presidencia de México, pues describe una identificación del ahora precandidato y varios estratos y clases societales no ajena a un contrato social.

Ello, según el sentir del propio don AMLO y millones de amloístas y ciudadanos afines, le permitirá ganar las elecciones de 2012 con tal amplitud que podría anular los afanes de La Mafia por realizar una defraudación electoral.

Esa defraudación es predecible, pues La Mafia recurrirá a todo para evitar que el tabasqueño logre su objetivo, el cual presúmese que no es sólo el de ser elegido Presidente de México, sino también que la ciudadanía elija un Legislativo afín.

En 2006, si don AMLO hubiese asumido la Presidencia de México habría enfrentado obstáculos colosales, tal vez insalvables: un Congreso de la Unión dominado por la dupla anti México y anti pueblo, la del PRI y el PAN, al servicio de La Mafia.

III

En 2012, si don Andrés Manuel ganare la elección, La Mafia quizá –si acaso-- tratará de inflar a Enrique Peña Nieto e influir en la composición de un Congreso análogo para obstaculizar a aquél, quien realizaría sus reformas mediante decretos.

Más no serían reformas estructurales (ni mucho menos superestructurales). No podría modificar las relaciones de producción y las fuerzas productivas y refundar, con verismo, al Estado y crear así la IV República de México.

Empero, no es ese el obstáculo mayor que tiene ante sí éste personaje, sino otros: lograr transversalmente –a través de clases sociales—influir en el albedrío ciudadano y que los casi 80 millones de inscritos en el padrón electoral voten por él.

Ello requiere algo más que poder de convocatoria y carisma, organización y un proyecto alternativo de país. Requiere una base amplísima y sólida de apoyo abrumador. Requiere, pues, de unidad popular que se traduzca en un contrato social.

La unidad popular, si lograda por don AMLO, sería el primer indicador real de que la ciudadanía puede alcanzar el poder mediante la vía convencional –la electoral--, más allá de la ilusoria “unidad” de la izquierda y “amaestrada” putativamente por La Mafia.

ffponte@gmail..com

"VAMOS"

Pedro Miguel
Sin registro oficial ni prerrogativas, el mayor partido político de México colmó el Zócalo capitalino el domingo pasado. Fue una concentración tumultuaria pero pacífica, lejos del optimismo desbordado del primer semestre de 2006 y lejos de la rabia que florecía en las movilizaciones de los meses siguientes. Las hordas felices o iracundas de exaltados cívicos, dispuestos a darlo todo por la patria, se han ido convirtiendo, en estos años amargos, en un conjunto de ciudadanos que comprendieron la necesidad de volverse políticos ad honorem. Fue un encuentro de decenas de miles de políticos, bisoños en su gran mayoría, que escuchan, informan y discuten sobre asuntos de programa, de organización, de logística, de capacitación.
La conversión ha requerido de años de trabajo pero el resultado –siempre parcial, siempre insuficiente– está a la vista: las 32 representaciones estatales trabajan e informan a sus pares de la labor realizada. Tal vez el conjunto de los medios y la cáscara de lo que fuera la clase política formal tendrían que sorprenderse, pero no: se han repetido muchas veces ante el espejo las consignas de que el señor López ya se quedó solo (por extremista y radical, quién le manda) y que dilapidó su capital político en marchas y plantones. A fuerza de pronunciar esos mantras, han terminado por creérselo: para ellos esto es un nuevo desplante demagógico del cabecilla mesiánico. Lo sustancial sigue siendo el tema de la marca de los tenis del hijo o, a lo sumo, el cerco de las hordas primitivas y caudillistas contra el castillo de una democracia transparente, respetuosa de la legalidad y garante del derecho a la vida. Los guaruras de opinión seguirán defendiendo ese bastión a a capa y espada y pluma bien pagada.
Y como la República Formal ya no se sorprende de nada –cómo va a escandalizarse con el secuestro de Fernández de Cevallos si ella misma lleva 20 veces más tiempo de secuestrada–, los únicos sorprendidos serán los propios zocaleros, esos que por necedad pura o por sentimentalismo (éste es ya el nuevo ángulo de ataque) se niegan a “vivir mejor” bajo los términos del calderonato, es decir, a relajarse y disfrutar las migajas de país que se les asigne.
Motivos para el asombro: haber resistido a cinco años de acoso oficial implacable (del desafuero en adelante) y seguir aquí; haber construido, a pesar de todo, una organización que constituye un desafío real al poder público (eso es muy fácil para un cártel del narco, pero arduo y a veces imposible para un movimiento social, una comunidad indígena o un sindicato independiente); y algo impensable hace tres años: aceptar que el tránsito por la institucionalidad electoral podrida sigue siendo, con todo, el atajo menos costoso para la recuperación del país.
Sí, la vocación de fraude electoral del binomio PRI-PAN es progresiva, e incurable, pero hay que encararla. Sí, la soberanía del PRD no reside en su militancia sino en el Tribunal Electoral (los defraudadores de 2006, socios, por lo demás, de Acción Nacional Revolucionaria Institucional, Inc.), pero esa circunstancia debe remontarse. Sí, el adversario electoral controla (o es controlado por) el arsenal de los medios, de los presupuestos públicos, de la PGR, de las computadoras hildebrándicas del IFE y de los cañonazos de 50 mil pesos y, a como van las cosas, de los escuadrones de la muerte que igual pueden usarse para combatir a narcos adversarios que a disidentes políticos. Salvo el último, esperemos, los oligarcas emplearán a fondo esos recursos a fin de evitar que llegue a la Presidencia un proyecto político que es un peligro para sus chequeras.
Pero la vía electoral, a pesar de sus miserias, sigue siendo, parece ser, la forma menos costosa de recuperar la institucionalidad y de rescatar un país que el régimen oligárquico está reconfigurando a balazos.
El programa es de sentido común y tiene una amplia vocación de convocatoria. Nadie habló de implantar soviets sino de ver que los funcionarios no roben, que los ricos paguen impuestos y que el Estado se responsabilice de las necesidades básicas de la población. Como en Alemania y en España.
El principal partido de México –lo es, si se les descuenta a otros las militancias compradas, los difuntos en el padrón y el músculo presupuestal– no tiene todavía nombre ni estatutos formales, y menos registro o presupuesto. Pero, consultadas sus bases sobre la pertinencia de ir a los comicios, no por gusto electorero sino por necesidad, y seguramente en alianza con los partidos de la izquierda nominal, respondieron “vamos”.
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