viernes, 19 de febrero de 2010

FELIPE CALDERÓN ANTE EL ESPEJO

Epigmenio Ibarra
19 febrero 2010
eibarra@milenio.com
Volvió Felipe Calderón, este miércoles pasado, a Ciudad Juárez. Dispendio inútil el suyo de, por supuesto, dineros públicos. Despliegue innecesario de miles de efectivos del Ejército y la PFP que mejor hubieran seguido persiguiendo narcos. Igual hubiera organizado Calderón la reunión (espectáculo-ritual presidencialista-talk show) en Los Pinos porque de todas maneras se trataba sólo de que el señor, tan enamorado de su propia imagen, se mirara en el espejo y recibiera la dosis de elogios y aplausos que le fue negada la semana pasada.
Más para restañar su ego que para mejorar —tarea imposible a estas alturas— su muy dañada, por sus propias pifias y excesos, “imagen pública” es que Calderón se embarca en esta nueva aventura propagandística. Plagia sin recato alguno, del zapatismo además, una consigna transformada en eslogan: “Todos somos Juárez”, y en una ciudad tres veces herida por las balas de los sicarios, la ineficiencia gubernamental y la calumnia contra los jóvenes victimados el 31 de enero, monta un ritual, que a estas alturas resulta, además de inútil, ofensivo.
Y es que, en la más palmaria demostración de que aquí, y hablando de política y gobernantes, el tiempo ha pasado en vano, hubo en esa reunión de todo lo que se estilaba —nostalgia, vocación, ansia de futuro— en los tiempos del antiguo régimen autoritario.
En ese recinto rigurosamente vigilado y que, insisto, podía haber estado en cualquier sitio, se reprodujeron todos los usos y costumbres, los vicios que muchos pensaban desterrados, del viejo presidencialismo cuando los jefes de comunicación social de la Presidencia recorrían el país dando la espalda a la realidad y montando gigantescos espejos para que el gobernante en turno se mirara en ellos.
Pero no todo remitió a ese pasado. También hubo reminiscencias de la opereta foxista, pues asomó por ahí, incluso, el fantasma de la “pareja presidencial”. Los arrumacos de Vicente Fox y Marta Sahagún fueron sustituidos por los elogios vertidos por un “apasionado” joven a la primera dama.
Margarita Zavala, dijo el joven encorbatado y ya entrado en confianza con “Felipe; porque así con su primer nombre llamamos a nuestros amigos”, tiene “cautivados” a los juarenses, lo que motivó que un Calderón igualmente “apasionado”, humorista fallido, saliera orgulloso en defensa de su esposa. Vinieron entonces —cómo iba a ser de otra manera— risas y —como manda el ritual— una sonora salva de aplausos.
Pero dejemos a un lado ese triste espectáculo. Hablemos de lo que ahí podía y debía haber pasado.
Y es que ahí en Ciudad Juárez, en la frontera misma, no tuvo Calderón los arrestos, como no los tuvo la semana pasada para pedir perdón por sus dichos a los deudos de los jóvenes asesinados, quedándose sólo en una “sensible disculpa”, para hablar fuerte y claro con dirección a Washington y al mundo. Porque por esa frontera sale la droga que los estadunidenses consumen y por esa frontera entran los dólares y las armas que tienen a nuestro país hundido en la violencia y la muerte.
Ningún lugar, ninguna ocasión tan propicia para realmente poner el dedo en la llaga.
La masacre de los jóvenes estudiantes, que aquí ha pasado ya casi al olvido, provocó en el mundo una oleada de horror e indignación que puede ser, que debe ser, capitalizada para hacer que México encuentre, de nuevo y con apoyo de la comunidad internacional, el camino de la paz.
Importa menos que se “hable bien de México en el exterior” como pretenden los propagandistas del gobierno, a que se conozca la verdad y cobren los poderosos del mundo conciencia de que en esta guerra tienen, ellos, una ineludible responsabilidad.
Por la memoria de esos jóvenes mancillada con su calumnia cuando a bocajarro los tachó a todos de criminales. Por el bien del país debió haber alzado Calderón la voz para exigir al gobierno de Barack Obama un compromiso real e inmediato en el combate al narcotráfico dentro de sus propias fronteras y una acción determinante para, más allá del costo electoral que puede significarle una confrontación con la poderosa Asociación Nacional del Rifle, ponga punto final a la venta de armas de alto poder.
Fue por los pases de cocaína, las dosis de opio, los carrujos de mariguana que circulan en las calles de las ciudades de Estados Unidos. Por la inmensa cantidad de droga que ahí se consume, y de la cual por cierto nunca se capturan grande cargamentos, que murieron los 15 muchachos de Juárez y que mueren muchos jóvenes más en todo el país.
Fue por la corrupción e ineficiencia de las policías estadunidenses, que no persiguen ni capturan a sus capos locales, los verdaderos dueños del negocio, que la muerte campea en nuestro país. Fue por la tolerancia de Washington ante el consumo doméstico y la criminalización del tráfico más allá de sus fronteras que esos jóvenes de Juárez cayeron masacrados por armas y con balas compradas en armerías de allá.
Era de eso que Calderón debería haber hablado en Ciudad Juárez, adonde sólo fue a verse en el espejo.
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