sábado, 6 de febrero de 2010

TRISTE ANIVERSARIO

Edna Lorena Fuerte
Analista Política
05-02-2010
Hace 200 años no éramos una nación independiente. Hasta hace 100 no éramos la república representativa y federal que somos ahora. Hasta antes del 5 de febrero de 1917 no existía nuestra Carta Magna como la conocemos actualmente, es decir, no teníamos el marco normativo que nos define como país ahora. Nuestra identidad actual es el resultado de estos largos procesos históricos que tienen puntos más emblemáticos en las centurias que este año conmemoramos.
El aniversario de nuestra Constitución es una fecha que nos recuerda los compromisos iniciales que formaron al Estado mexicano de la modernidad, los acuerdos normativos, los derechos y obligaciones de todos los que integramos esta nación, es decir, los cimientos que sustentan nuestra estructura nacional. El sentido de un Estado se define precisamente por esto, por los procesos históricos que le han dado vida y los ideales que han enarbolado, por los personajes que lucharon por su construcción y de los que hemos heredado los valores que definen a nuestra Patria.
Hablar de esto parece que nos remite a un pasado muy lejano, tal como si en algún momento se hubiera perdido la conexión entre nuestro pasado, glorioso o infausto, y estuviéramos aislados en un presente que ha dejado ya muy atrás los ideales de patriotismo, los sueños de nación que le quitaron la vida a nuestros héroes y nos dieron el país del que somos parte ahora.
Para seguir haciendo historia es importante entender que no estamos desligados de nuestro pasado, que el proceso es continuo y que al hablar de esa Constitución de 1917, que desde entonces nos rige, en ningún momento se puede pensar como un punto final de nuestra historia, por el contrario, es un marco sobre el que estamos obligados a seguir trabajando. La historicidad de los pueblos es la semilla de su evolución, en nuestro pasado es donde germina nuestro futuro, pero es necesario arar, revolver la tierra y fertilizarla.
Somos una nación joven pero con un gran pasado. Si hace a penas una centuria no podíamos llamarnos República Mexicana, cabe preguntarnos si ahora podemos llamarnos una democracia, un país en evolución, un Estado nacional comprometido con el desarrollo. La reflexión histórica habla de nuestro futuro también, despierta las interrogantes sobre el presente y lo que significa para ese mañana que está en construcción.
Si nos preguntamos de dónde surgió el Estado mexicano, qué perseguía el Constituyente que reformó la Carta Magna del 857 para darnos la que desde el 917 nos rige y define, necesariamente tendremos que mirar nuestros rostro actual y cuestionarnos sobre qué tanto hemos logrado como la nación que somos. Los estados nación surgen en la historia moderna mundial como la estructura dominante del orden social, definidos como la entelequia capaz de dar sentido a la sociedad, de agrupar las nacionalidades y dar certeza de gobierno a una población y un territorio definidos por sus características comunes.
El Estado mexicano nace para agrupar a la población mexicana, en el territorio mexicano y darle un gobierno nacional, son esos los tres elementos que definen a nuestro Estado, y que lo obligan a asegurar los compromisos que esos tres elementos han signado en su Carta Constitutiva o Constitución: ofrecer ganarías, mantener derechos, cumplir obligaciones y, con ello, asegurar la evolución de todo el país en la recta histórica que comenzó con nuestra vida independiente. Con estas celebraciones del Bicentenario lo importante es hacer una revisión de nuestra historia pero no con los ojos puestos en un pasado remoto, sino con la claridad de mirada que requiere el análisis de un presente convulso y complejo que nos reclama conmemorar con acciones y no sólo con palabras.
Hoy, en medio de la inconformidad, de las carencias, de los reclamos y las urgentes necesidades, de los rezagos que no supo remediar nuestra lucha de Independencia, ni nuestra Revolución, la pregunta es hacia delante ¿ha cumplido el Estado mexicano, son certeros los ideales constitucionales, se cumple el orden proyectado por aquel mítico Congreso Constituyente que nos empujó a la vida moderna? Con sólo mirar el diario acontecer nuestra respuesta no será nada satisfactoria.
Un Estado que ha apostado por abandonar a sus ciudadanos, por dejar de mirar tratando con ello de lograr la inexistencia de las problemáticas, poniendo a la sociedad en una constante lucha de supervivencia y reduciendo el horizonte de toda una nación a una línea muy delgada que pasa sólo por lo inmediato, que no toca nunca el largo plazo, que no ofrece ninguna certeza, ese, no puede ser un Estado que se festeje como si hubiera alcanzado los grandes ideales por los que se derramó tanta sangre en su pasado.
Hoy se sigue derramando sangre, pero sin ideales, sin fundamento, en una lucha sin cuartel donde ya no se sabe quiénes son los enemigos de quiénes, no se tiene idea de quiénes hay que defenderse. Nos indigna pensar que los enemigos puedan ser jóvenes preparatorianos masacrados a sangre fría, niños entre el fuego cruzado. No, no podemos tener cara para salir a conmemorar un pasado que se dice glorioso en medio de un presente lleno de reclamos, de rabia, de llanto y de impotencia, sin garantías, sin derechos, en el olvido de las obligaciones fundamentales de esta República, es un triste aniversario para nuestra Carta Magna.

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