Febrero 4, 2010
por Diego Enrique Osorno
No eran deportistas famosos pero el corredor Juan Carlos Medrano y el tacle defensivo Rodrigo Cadena fueron bicampeones en la liga de futbol americano de Ciudad Juárez, una de las alternativas de esparcimiento que sobreviven en esta ciudad fronteriza colapsada por la violencia delcrimen organizado.
El sábado pasado, ambos preparatorianos entrenaron todo el día para la temporada intermunicipal en puerta. Por la noche, durante una fiesta celebrada en el barrio popular donde vivían, uno de esos comandos de la muerte que circulan por esta ciudad, pese a la presencia de cientos de policías municipales, estatales, federales y militares, acabó con sus vidas y las de otras 15 personas, la mayoría estudiantes quinceañeros.
“Aún no alcanzamos a comprender por qué sucedieron estas cosas y con tanta saña”, dice José Ángel Reyes, entrenador del equipo Jaguares del Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios (CBTIS) número 128. Nadie lo sabe. Nadie sabe nada aquí, nada sobre nada.
El alcalde José Ferriz, quien dijo que, según sus reportes, los adolescentes asesinados “eran buenos muchachos”, descartó que la masacre haya sido un acto terrorista, pero reconoció que aún no tenía idea de lo que había ocurrido.
En la clínica 66, donde a primera hora de ayer se confirmó la muerte de Juan Carlos Medrano, los integrantes de la línea defensiva y ofensiva de Los Jaguares estaban congregados afuera de la sala de urgencias esperando noticias sobre el estado de salud de los suyos.
Tras conocer el fallecimiento de Medrano, el coach José Ángel Reyes los convocó para que se reunieran en círculo, se agarraran de las manos e hicieran una oración por él y los otros cuatro jugadores del equipo que aún se encuentran internados, entre ellos el quarterback Raúl Parra.
Fernando Gallegos Esparza, otro de los entrenadores del equipo estudiantil, inició la oración diciéndole a los muchachos: “Siempre nos hemos levantado, siempre hemos tenido caídas en los juegos. Este es un golpe muy duro. Dános la fuerza para levantarnos”, dijo.
Un policía federal, arma larga en la mano y pasamontañas en la cara, caminaba cerca de ahí, vigilante. Los chicos, con la cabeza inclinada, tenis blancos, pants y jerseys del equipo, tenían en los ojos el llanto contenido. Y el coraje. Una jovencita morena, de enormes ojos verdes y arracadas en las orejas no pudo más y empezó a llorar.
Gallegos Esparza concluyó la oración diciendo: “Te pedimos, señor, por las personas que hicieron este mal. Yo no sé por qué hicieron eso, pero son humanos también… Que este odio se convierta en paz. Ayúdanos a sanar. Que nuestros muchachos sean arquitectos, sean licenciados, que sigan adelante. Vamos a luchar por estos jóvenes que se nos están yendo cada día más. Y a la gente que hizo este mal, tócala, señor”.
Desde hace más de dos años, restaurantes, cantinas, bares, discotecas y salones de baile han cerrado sus puertas en esta ciudad ante las extorsiones de la mafia. La vida nocturna languidece en las avenidas principales. Casas calcinadas por la mafia tras rehusarse a pagar piso se mantienen tal cual, recordando a los demás el riesgo de los tiempos actuales en Ciudad Juárez.
Apenas hace un mes, un periódico local había publicado un reportaje sobre la nueva tendencia improvisada por los juarenses para divertirse durante las noches: Las fiestas privadas “para todos”, ya sea en una calle cerrada o en la casa de algún vecino. Algo así era lo que estaba sucediendo en Villas de Sálvarcar la madrugada del domingo, hasta que llegó el comando y acabó con el festejo y quizá hasta con una tendencia.
Al respecto, Arturo, uno de los jugadores de la línea ofensiva de los Jaguares, comentaba enrabiado: “Es algo muy difícil todo esto. Ya ni siquiera fiestas en la casa ni nada. Ni hacer un convivio del equipo ni así, una fiesta así, normal. Todo para que lleguen y maten a todos, pues no es justo. Ellos no tenían nada que ver, ellos nunca fueron gente de problema”.
—¿Tienes esperanza de que cambie algo en Juárez?— se le preguntó al chico de 16 años.
—Pues si la gente quiere sí, pero es muy difícil. Esa gente está enferma de la cabeza o algo.
Al padre de uno de los deudos, un reportero local le preguntó si la renuncia del presidente municipal ayudaría a disminuir la violencia. “El problema de Juárez no es que quiten al alcalde, es que quiten a ese pendejo de Calderón”, respondió
No eran deportistas famosos pero el corredor Juan Carlos Medrano y el tacle defensivo Rodrigo Cadena fueron bicampeones en la liga de futbol americano de Ciudad Juárez, una de las alternativas de esparcimiento que sobreviven en esta ciudad fronteriza colapsada por la violencia delcrimen organizado.
El sábado pasado, ambos preparatorianos entrenaron todo el día para la temporada intermunicipal en puerta. Por la noche, durante una fiesta celebrada en el barrio popular donde vivían, uno de esos comandos de la muerte que circulan por esta ciudad, pese a la presencia de cientos de policías municipales, estatales, federales y militares, acabó con sus vidas y las de otras 15 personas, la mayoría estudiantes quinceañeros.
“Aún no alcanzamos a comprender por qué sucedieron estas cosas y con tanta saña”, dice José Ángel Reyes, entrenador del equipo Jaguares del Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios (CBTIS) número 128. Nadie lo sabe. Nadie sabe nada aquí, nada sobre nada.
El alcalde José Ferriz, quien dijo que, según sus reportes, los adolescentes asesinados “eran buenos muchachos”, descartó que la masacre haya sido un acto terrorista, pero reconoció que aún no tenía idea de lo que había ocurrido.
En la clínica 66, donde a primera hora de ayer se confirmó la muerte de Juan Carlos Medrano, los integrantes de la línea defensiva y ofensiva de Los Jaguares estaban congregados afuera de la sala de urgencias esperando noticias sobre el estado de salud de los suyos.
Tras conocer el fallecimiento de Medrano, el coach José Ángel Reyes los convocó para que se reunieran en círculo, se agarraran de las manos e hicieran una oración por él y los otros cuatro jugadores del equipo que aún se encuentran internados, entre ellos el quarterback Raúl Parra.
Fernando Gallegos Esparza, otro de los entrenadores del equipo estudiantil, inició la oración diciéndole a los muchachos: “Siempre nos hemos levantado, siempre hemos tenido caídas en los juegos. Este es un golpe muy duro. Dános la fuerza para levantarnos”, dijo.
Un policía federal, arma larga en la mano y pasamontañas en la cara, caminaba cerca de ahí, vigilante. Los chicos, con la cabeza inclinada, tenis blancos, pants y jerseys del equipo, tenían en los ojos el llanto contenido. Y el coraje. Una jovencita morena, de enormes ojos verdes y arracadas en las orejas no pudo más y empezó a llorar.
Gallegos Esparza concluyó la oración diciendo: “Te pedimos, señor, por las personas que hicieron este mal. Yo no sé por qué hicieron eso, pero son humanos también… Que este odio se convierta en paz. Ayúdanos a sanar. Que nuestros muchachos sean arquitectos, sean licenciados, que sigan adelante. Vamos a luchar por estos jóvenes que se nos están yendo cada día más. Y a la gente que hizo este mal, tócala, señor”.
Desde hace más de dos años, restaurantes, cantinas, bares, discotecas y salones de baile han cerrado sus puertas en esta ciudad ante las extorsiones de la mafia. La vida nocturna languidece en las avenidas principales. Casas calcinadas por la mafia tras rehusarse a pagar piso se mantienen tal cual, recordando a los demás el riesgo de los tiempos actuales en Ciudad Juárez.
Apenas hace un mes, un periódico local había publicado un reportaje sobre la nueva tendencia improvisada por los juarenses para divertirse durante las noches: Las fiestas privadas “para todos”, ya sea en una calle cerrada o en la casa de algún vecino. Algo así era lo que estaba sucediendo en Villas de Sálvarcar la madrugada del domingo, hasta que llegó el comando y acabó con el festejo y quizá hasta con una tendencia.
Al respecto, Arturo, uno de los jugadores de la línea ofensiva de los Jaguares, comentaba enrabiado: “Es algo muy difícil todo esto. Ya ni siquiera fiestas en la casa ni nada. Ni hacer un convivio del equipo ni así, una fiesta así, normal. Todo para que lleguen y maten a todos, pues no es justo. Ellos no tenían nada que ver, ellos nunca fueron gente de problema”.
—¿Tienes esperanza de que cambie algo en Juárez?— se le preguntó al chico de 16 años.
—Pues si la gente quiere sí, pero es muy difícil. Esa gente está enferma de la cabeza o algo.
Al padre de uno de los deudos, un reportero local le preguntó si la renuncia del presidente municipal ayudaría a disminuir la violencia. “El problema de Juárez no es que quiten al alcalde, es que quiten a ese pendejo de Calderón”, respondió
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