Esteban Garaiz
Febrero 9, 2010
Como ya es norma de la casa, el asueto de esta conmemoración cívica se adelanta al lunes previo. Así todos salimos ganando. La gente goza de un puentecito, que relaja en medio de la tensión laboral. El turismo interno se dinamiza (aunque ya vimos en esta ocasión que, cuando no hay ingreso familiar, de poco sirven los trucos de marketing). Y lo más importante: se emascula la conmemoración.
Que nadie recuerde. Que nadie piense que el 5 de febrero de 1917 es el día más importante en la historia de México. Más que el Grito. Más que la Independencia oligárquica de Iturbide y sus amos de la Profesa. Más aun que el Plan de Madero para el 20 de noviembre. Porque de ahí, de 1917, arranca el proyecto que estaba construyendo a la Nación: el que se ha quedado estancado desde el golpe de mano de 1982 y que nos tiene todavía con 45 millones de marginados que ahora no logramos integrar.
Ya me imagino que adelantemos el 25 de diciembre, o el 10 de mayo, o el 12 de diciembre al lunes previo. Pero es de ley: eso es justamente lo que dije; y lo que quise decir. Es ingenuo pensar que desde este poder público haya interés real en conmemorar, en recordar, o sea: volver a vivir el Bicentenario y el Centenario. Acabará en un bello arco monumental.
La Nación tiene perdido el rumbo: todo el mundo lo dice a gritos o en voz baja. Hoy tenemos desazón, desencanto, malestar nacional, hasta miedo y, por supuesto, indignación sobre cómo se están conduciendo los asuntos públicos. Es claro que no se está trabajando por el bien de todos y mucho menos para favorecer a los rezagados.
No somos pocos los ciudadanos que estamos convencidos de que la raíz de este desbarajuste está en el abandono desde 1982 del proyecto nacional tal como está plasmado en la Constitución, todavía vigente, de 1917. Se abrazó el llamado Consenso de Washington y se abandonó el 5 de febrero, a pesar de que todos los días nos hablan del estado de derecho.
De manera específica en las cuatro grandes columnas del proyecto revolucionario, que también está vigente (hoy más que nunca) por inconcluso: los artículos 3º, 27, 123 y 130. El vaso se medio llenó y sigue medio vacío. Por supuesto, las cuatro columnas se sustentan en un mismo cimiento: la soberanía nacional reside en el pueblo (artículo 39).
El artículo 3º, con la educación pública universal, gratuita y laica, ha sido el gran instrumento de la capilaridad social e incorporación de los marginados a la vida nacional, para dejar atrás aquella estructura inequitativa y de castas heredada del régimen colonial y así forjar gradualmente la nueva ciudadanía universal, la república de verdad con igualdad de oportunidades (los desayunos escolares, los libros de texto gratuito, los útiles escolares y los uniformes no son populismo; son auténtica educación gratuita).
Hoy vemos que no sólo ha quedado estancado, sino revertido y corrompido por la alianza traidora del poder federal con una dirigencia sindical mafiosa, que desvirtuó la gloriosa vocación de servicio de millones de maestros patriotas.
El artículo 27 tiene dos elementos centrales para la construcción de la nueva sociedad mexicana que honre el nombre de republicana. El primero ha sido el desmantelamiento de los latifundios, que fueron la estructura central del régimen colonial y que impedían la creación de la economía de mercado; y la liberación de los peones: “Tierra y Libertad” era el doble reclamo. Por eso Emiliano Zapata tuvo que levantarse también contra Madero, que quería primero la democracia sin sustento social, y que envió al viejo ejército porfirista al mando de Victoriano Huerta (que después lo traicionó) contra los campesinos surianos.
El otro elemento es la propiedad originaria de la Nación (representada por el estado federal) sobre los recursos naturales del país. Toda la experiencia mundial del siglo XX nos ha enseñado cuán prudentes y visionarios fueron aquellos constituyentes que se rebelaron contra el proyecto de carta magna ya armado en secreto por Venustiano Carranza. Hoy en el mundo, el 85 por ciento de los hidrocarburos corresponden a empresas de propiedad estatal en cada país.
Mientras tanto, don Felipe Calderón promociona en Davos contratos por parcelas de nuestras aguas patrimoniales, en estricto cumplimiento del artículo 27: “tratándose del petróleo y de los carburos de hidrógeno, no se otorgarán concesiones ni contratos”.
(Continuará).
egaraiz@gmail.com
martes, 9 de febrero de 2010
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