Gaceta proletaria.
Gabriel Pantoja Cárdenas
28 febrero 2010
gpantojac@hotmail.com
Tenemos a la vista la prueba palpable e irrefutable de la ruta que siguen las fuerzas armadas en su cambio de carácter de ejército popular a ejército de elite. Los cambios llegan también a la institución castrense la cual, lejos de permanecer ajena o neutral –como sostienen algunos- acompaña al resto de las instituciones conducidas por el régimen neoliberal de derecha hacia la instauración de la dictadura plena del capital financiero y monopólico.
El pasado 19 de febrero, en la celebración anual del Día del Ejército, Felipe Calderón anunció un nuevo incremento salarial al sector del 40 por ciento, esto es, un ingreso adicional de mil pesos mensuales para el personal de tropa, clases y marinería del Ejército, Fuerza Aérea y Armada de México. Con este aumento, en lo que va de la actual administración el personal de menores ingresos de las fuerzas armadas duplicó su salario. Así, un soldado raso tendrá un alza total de 115 por ciento en su ingreso entre 2006 y esta fecha; una medida que contrasta con el aumento a los salarios mínimos para la clase trabajadora que en este año apenas alcanzó el 4.75 por ciento.
Los salarios y prestaciones privilegiadas que han recibido las fuerzas armadas en tan sólo tres años de calderonato no tienen precedente en la historia del país, lo que hace que esta institución se aleje de la miseria general que vive el pueblo e ingrese a la élite de las clases privilegiadas que mal conducen al país. Es una medida que va encaminada a evitar que la tropa sufra en carne propia el grado de pobreza a que ha sido sometido la mayoría del pueblo, para que en los momentos de tensión social los portadores de las armas nacionales no hagan causa común con las demandas de las clases desposeídas.
El hambre es mala consejera, por eso hay que quitarle el hambre a la tropa. Esta elevación salarial estratosférica, fuera de la realidad económica que vive el país, en particular la clase trabajadora, equivale a despojar a la tropa de su conciencia de clase y que se olviden del origen popular del cual surgieron para poner sus armas al servicio exclusivo de las elites privilegiadas. Con esta medida se pretende que aquel ejército al servicio de la nación y sus grandes causas, garante de las instituciones surgidas del proceso revolucionario pasen a ser en definitiva los custodios de la dictadura financiera y las instituciones que sostienen la concentración de la riqueza imperante. Un cambio de carácter que tiene como lógica consecuencia el repudio del pueblo y el desarrollo de la conciencia popular contra el régimen empobrecedor y el conjunto de instituciones que de él emanan, incluido el ejército.
Algunos analistas políticos del sector avanzado del país se han ido de paso y han caído en el error de juzgar los cambios de carácter que han resultado del modelo económico neoliberal en el ámbito del poder ejecutivo, sin abordar al mismo tiempo los cambios cualitativos que han sufrido las fuerzas armadas, como si la actuación de éstas se diera al margen de los procesos históricos que vivimos. El ejército no es la misma institución de siempre, no es inmutable ni es ajena a los regímenes imperantes. Por lo mismo, no puede haber una opinión sobre el carácter de las fuerzas armadas que sea válida para todos los tiempos, porque sería tanto como desconocer la dialéctica de los procesos sociales; ni se les puede juzgar por separado, sino en el conjunto de las instituciones de un régimen. La conducta de subordinación al poder civil por parte de las fuerzas armadas, establecida en la normatividad, las une indisolublemente a la suerte que corra su comandante supremo y jefe político del Estado neoliberal. Por lo tanto no se les puede juzgar unilateralmente sin evaluar la política general del régimen establecido.
En el momento en que el presidente espurio tomó posesión del cargo y designó a la cúpula castrense, y ésta lo aceptó como su jefe, colocándose en la misma calidad del ejército que apoyó al chacal Victoriano Huerta, en ése mismo momento cambiaron su carácter las fuerzas armadas. El juramento de lealtad a su comandante supremo es también un juramento de lealtad al proyecto neoliberal que enarbola el presidente, lo que los obliga a reprimir cualquier movimiento social o político que atente contra su gobierno.
Muchos analistas han dicho que la razón por la cual no se ha desatado un estallido social resultante de la miseria, es porque el descontento popular se ha desviado en gran parte hacia el narcotráfico y el crimen organizado; que por esa razón la supuesta “guerra” que libra Calderón está condenada al fracaso mientras no se resuelvan las causas que generan los problemas de descomposición social. Coincido plenamente y agrego, el mantenimiento del ejército en las calles no es tanto para derrotar al crimen, sino para intimidar los brotes de insurrección social producto del caos económico que vive el país.
Porque el que paga manda, y Calderón lo hace muy bien, estoy absolutamente convencido de que el ejército actual sucumbirá reprimiendo las ansias libertarias del pueblo y defendiendo la permanencia de la dictadura neoliberal; en razón de ello es que, por lo menos las fuerzas progresistas deben retirarle al actual Ejército Mexicano el calificativo de “glorioso”, porque estamos a punto de atestiguar el nacimiento de un nuevo ejército popular al lado de lo que será una nueva etapa de la evolución histórica del país. Como el ejército insurgente que se fraguó en la lucha por la independencia del país; como el ejército republicano que acompañó a Benito Juárez hasta la victoria sobre los conservadores y la ocupación francesa; como el ejército popular fraguado en las batallas contra la dictadura porfirista, y garante de las instituciones sociales surgidas de la Revolución Mexicana y su fase constructiva, hasta 1982; así tendrá que nacer el nuevo ejército que será el brazo armado en la nueva etapa de nuestro proceso revolucionario.
No puede suceder de otra manera, los cambios progresistas deben llegar hasta las filas de las fuerzas armadas para que pueda garantizarse su permanencia, no hacerlo así sería repetir los errores que la historia ha registrado. Francisco I. Madero siguió gobernando con el mismo ejército de la dictadura porfirista y sucumbió ante ella misma; salvador Allende, en Chile, siguió gobernando con el mismo ejército y cayó abatido por las balas de quienes le debían obediencia; Manuel Zelaya, en Honduras, quiso transformar al país sin transformar primero al ejército, y le dieron golpe de Estado; en Estados Unidos, Obama llegó al poder con promesas de cambiar el papel militarista e intervencionista de su imperio, sin hacer mayores cambios en el Pentágono, y fueron los militares los encargados de convencerlo de que la guerra es “moralmente necesaria” y hasta le consiguieron el galardón del Premio Nobel de la Paz.
Caer en la ilusión de que las instituciones de las fuerzas armadas son neutrales, apolíticas, y ajenas a los regímenes imperantes, es un suicidio para quienes trabajan en la tarea de organizar los esfuerzos para transformar la sociedad. Será, pues, la construcción de la cuarta etapa de nuestro proceso revolucionario, la cual hemos denominado como Revolución contra el Neoliberalismo, la que organice al nuevo ejército libertador, al que en lo sucesivo honrará y respetará nuestro pueblo.
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