Fausto Fernández Ponte
15 febrero 2010
ffponte@gmail.com
Juárez: Punto de Quiebre
“Para involucrar a los ciudadanos (en la narcoguerra) primero es necesario ganar su confianza”.
Jesús Cantú.
I
La visita del presidente de Facto Felipe Calderón a Ciudad Juárez, Chih., y los airadísimos reclamos públicos y privados que tuvo que oir –que no escuchó, pensaríase-y las protestas sociales que concitó, antójanse punto de quiebre o de giro de su sexenio.
¿Por qué? Por que, asumiendo que don Felipe tiene conciencia de que (a) lo que está ocurriendo en México es secuela de su actuación como mandatario y (b) la ciudadanía tiene noticia y comprensión de sus móviles, es culminación de fracaso de su gestión.
Por supuesto, éste “turning point” –o punto de quiebre o giro o culminante— se manifestó con dramatismo, pues las escenas de los reclamos de las madres de los jóvenes asesinados hace unas semanas, y las protestas fueron registradas fedetariamente.
Empero, no todos los medios difusores –tanto impresos como los del espectro radioeléctrico y de la Internet-- consignaron esos sucedidos en los que el señor Calderón y su esposa se mostraban cariacontecidos y francamente incómodos.
Don Felipe denotaba, por sus ademanes y gestos reflejos –involuntarios— de sus músculos faciales y la tensión de su cuerpo, incredulidad ante lo que sus sentidos auditivo y de la vista registraban. Su cerebro, empero, se negaba a aceptar los reclamos.
II
En esos momentos (y, tal vez, posteriormente, mientras viajaba de regreso al Distrito federal) el señor Calderón parecía incrédulo, sintiéndose que los deudos de los jóvenes asesinados eran injustos con él al increparle y pedirle incluso su renuncia irrevocable.
¿Su renuncia? ¿Renunciar a la Presidencia de la República “haiga sido como haiga sido” que la haya obtenido? ¿Pedirle que se vaya, ya, de Los Pinos, cercenando así a su sexenio que para él no es aciago, sino fructífero, preñado de “grandes logros”?
Individuo de mecha corta –dado a iracundia extrema por cualesquier minucias--, don Felipe no justifica en su fuero interno la contundencia de los reclamos y la tajante exigencia que renuncie a su investidura, para muchos mal habida, por cierto.
El testimonio de los videos y las fotografías exhiben al señor Calderón estupefacto, sorprendido, sin saber qué decir ni qué hacer, pese a que a priori se le había informado de lo que podría esperar de los deudos de las víctimas calumniadas públicamente por él.
Al día siguiente, ya en la seguridad del palacio en la umbría pineda vecina a Molino del Rey y Chapultepec, don Felipe pudo enterarse, si acaso, que los nobles ciudadanos juarenses exigían amén ser consultados acerca de la ocupación militar que padecen.
III
¿Influirán esos sucedidos en las decisiones futuras del señor Calderón acerca de la narcoguerra? Es predecible que no. La racionalidad calderonista privilegia como premisa mayor la de que sin los militares en la calle, él perdería ventaja disuasiva.
Ésta apreciación nos lleva, dialécticamente, a la razón de ser vera de la narcoguerra: la de pretexto para aterrorizar a la población civil, manteniendo a raya a discrepancias, disensiones y franca oposición sociales organizadas de carácter reivindicatorio.
En otras palabras, don Felipe usa a las Fuerzas Armadas de tierra, mar y aire para asegurarse la existencia misma de su presidencialado, que devino de acto equivalente, por definición, a un golpe de Estado o “coup d´État”: el fraude electoral de 2006.
Ese golpe de Estado lo organizó, documentadamente, el predecesor de don Felipe, Vicente Fox, aunque al actual mandatario (considerado por ese fraude un gobernante espurio) representó también un papel importante en fea tragicomedia de horror.
Nótese que las madres agraviadas provienen de una clase media, cuyas sentidísimas pérdidas y la arrogancia de don Felipe despiertan una conciencia colectiva que devela el falso contractualismo social calderonista y se convierte en un detonante catalizador real.
ffponte@gmail.com
lunes, 15 de febrero de 2010
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