22 enero 2010
La coartada: sacar al PRI de los palacios de gobierno en Oaxaca e Hidalgo parece justificarlo todo. Difícil hablar, sin embargo, de que al aliarse PAN y PRD en esos estados traicionarán principios. Qué va. De todo, menos eso precisamente: principios, se tratan estos prodigios del malabarismo político.
En sentido estricto y llamando a las cosas por su nombre no hablamos de alianzas sino de complicidades.
Importa poco la suerte de los votantes: el bienestar de la población asediada por los vestigios del régimen autoritario que en esas entidades no ha retrocedido ni un palmo. Lo único que buscan “los cómplices” es repartirse las migas de un poder que no podrán ejercer juntos ni un segundo.
Política ficción pues, engaño, simulación y un descarnado pragmatismo o en el
La coartada: sacar al PRI de los palacios de gobierno en Oaxaca e Hidalgo parece justificarlo todo. Difícil hablar, sin embargo, de que al aliarse PAN y PRD en esos estados traicionarán principios. Qué va. De todo, menos eso precisamente: principios, se tratan estos prodigios del malabarismo político.
En sentido estricto y llamando a las cosas por su nombre no hablamos de alianzas sino de complicidades.
Importa poco la suerte de los votantes: el bienestar de la población asediada por los vestigios del régimen autoritario que en esas entidades no ha retrocedido ni un palmo. Lo único que buscan “los cómplices” es repartirse las migas de un poder que no podrán ejercer juntos ni un segundo.
Política ficción pues, engaño, simulación y un descarnado pragmatismo o en el
mejor de los casos ingenuidad es lo que impulsa a aquellos que promueven y justifican estos esperpentos.
Algo deberíamos saber ya los ciudadanos de lo que significa sacrificar principios y propuestas. De partidos que cambian de ideas como de chaleco. Ya hemos oído antes, en voz de los apóstoles del voto útil, esa cantinela que hoy sufre una ligera modificación: “Lo importante es ganar”, dicen algunos tronando contra la “vocación de derrota” de quien se opone a estas complicidades.
Fox echó a patadas al PRI de Los Pinos sólo para ponerlo a cargo de la hacienda pública, delegarle otras responsabilidades estratégicas, asimilar sus usos y costumbres y pavimentar, desde el primer día de su gobierno, la restauración —que gracias a los despropósitos de Felipe Calderón y los pésimos resultados de su gestión— está a punto de consumarse. En ese trayecto lo acompañaron quienes, para conseguir la derrota del PRI, le dieron su voto.
¿Con qué cara pueden los jerarcas del PRD pedir a quienes votaron por su candidato presidencial en 2006 que olviden todo? Dicen los estrategas militares que sólo las victorias unen y que la derrota resquebraja. El PRD es el más vivo ejemplo de eso.
Ensoberbecido, seguro de su triunfo, no se preparó ni para defenderlo durante el proceso electoral con inteligencia y firmeza, ni para proteger sus votos el día de la elección. Tampoco se preparó para ser oposición y conservar el enorme capital político que millones de votantes le endosaron.
La frustración le condujo a la pulverización y hoy, como alma en pena, habla de asociarse a los causantes de su desgracia —y la del país— para obtener una especie de premio de consolación.
En el PAN, por otro lado, víctima de una súbita pérdida de memoria, se olvidan los agravios más recientes y profundos del PRD y se tiende la mano al partido que promueve el aborto, los matrimonios homosexuales y el derecho a la adopción por parte de los mismos. Recurren sus dirigentes al mismo expediente del voto útil conscientes de que muchos incautos siguen pensando que importa más sacar al PRI (de lo que habrán de sacar ellos beneficio político inmediato) que construir propuestas alternativas sólidas y coherentes.
Lo cierto es que, en caso de ganar, los gobiernos surgidos de esa complicidad —ya tenemos ejemplos en el pasado— habrán de terminar desgarrados por sus propias contradicciones, y flaco favor se le habrá hecho a los ciudadanos, que no recibirán a cambio de sus “votos útiles” ningún beneficio concreto.
Democracia que no produce resultados, dice Felipe González, está destinada a desaparecer. La victoria a todo trance no es garantía de obtenerlos porque los contrarios, pese a lo que digan, no habrán de caminar en la misma dirección. A los intereses locales muy pronto habrán de anteponerse los intereses nacionales. A los acuerdos electorales las diferencias ideológicas.
Ganaran claro —y eso hasta que se produzca la ruptura anunciada y las disputas por el poder hagan que el más fuerte o el más marrullero prevalezca— los aparatos burocráticos de los partidos que podrán repartirse puestos en la nómina. Sólo ellos y paradójicamente los priistas sacarán provecho.
Y es que la pérdida de valores y de identidad de uno y otro partido habrá de pavimentar, sólo que ahora legitimado por la alternancia, el regreso del PRI por sus fueros. Victoria pírrica pues habrá de ser la suya.
Los jerarcas del PRI que, emulando al cardenal Rivera, se pronuncian contra las alianzas lo hacen menos por miedo a perder que por exhibir, tácticamente, las incongruencias de sus adversarios. El votante no es tonto y sabe que el agua y el aceite no se mezclan.
No calculan tampoco quienes promueven estas alianzas que al hacerlo contribuyen a la campaña de desprestigio de la política y los políticos que antecede la imposición del autoritarismo, dando la razón a aquellos que hablan de que el quehacer político se ha prostituido por completo.
Ganar es importante, pero más importante es reivindicar la lucha política; darle la majestad que se merece. Asignar a los principios (no a los dogmas) la importancia debida y tender la mano a aquel con el que hay más coincidencias que la sola derrota de un contrario, por poderoso y funesto que éste sea.
http://elcancerberodeulises.blogspot.com/
www.twitter.com/epigmenioibarra
Algo deberíamos saber ya los ciudadanos de lo que significa sacrificar principios y propuestas. De partidos que cambian de ideas como de chaleco. Ya hemos oído antes, en voz de los apóstoles del voto útil, esa cantinela que hoy sufre una ligera modificación: “Lo importante es ganar”, dicen algunos tronando contra la “vocación de derrota” de quien se opone a estas complicidades.
Fox echó a patadas al PRI de Los Pinos sólo para ponerlo a cargo de la hacienda pública, delegarle otras responsabilidades estratégicas, asimilar sus usos y costumbres y pavimentar, desde el primer día de su gobierno, la restauración —que gracias a los despropósitos de Felipe Calderón y los pésimos resultados de su gestión— está a punto de consumarse. En ese trayecto lo acompañaron quienes, para conseguir la derrota del PRI, le dieron su voto.
¿Con qué cara pueden los jerarcas del PRD pedir a quienes votaron por su candidato presidencial en 2006 que olviden todo? Dicen los estrategas militares que sólo las victorias unen y que la derrota resquebraja. El PRD es el más vivo ejemplo de eso.
Ensoberbecido, seguro de su triunfo, no se preparó ni para defenderlo durante el proceso electoral con inteligencia y firmeza, ni para proteger sus votos el día de la elección. Tampoco se preparó para ser oposición y conservar el enorme capital político que millones de votantes le endosaron.
La frustración le condujo a la pulverización y hoy, como alma en pena, habla de asociarse a los causantes de su desgracia —y la del país— para obtener una especie de premio de consolación.
En el PAN, por otro lado, víctima de una súbita pérdida de memoria, se olvidan los agravios más recientes y profundos del PRD y se tiende la mano al partido que promueve el aborto, los matrimonios homosexuales y el derecho a la adopción por parte de los mismos. Recurren sus dirigentes al mismo expediente del voto útil conscientes de que muchos incautos siguen pensando que importa más sacar al PRI (de lo que habrán de sacar ellos beneficio político inmediato) que construir propuestas alternativas sólidas y coherentes.
Lo cierto es que, en caso de ganar, los gobiernos surgidos de esa complicidad —ya tenemos ejemplos en el pasado— habrán de terminar desgarrados por sus propias contradicciones, y flaco favor se le habrá hecho a los ciudadanos, que no recibirán a cambio de sus “votos útiles” ningún beneficio concreto.
Democracia que no produce resultados, dice Felipe González, está destinada a desaparecer. La victoria a todo trance no es garantía de obtenerlos porque los contrarios, pese a lo que digan, no habrán de caminar en la misma dirección. A los intereses locales muy pronto habrán de anteponerse los intereses nacionales. A los acuerdos electorales las diferencias ideológicas.
Ganaran claro —y eso hasta que se produzca la ruptura anunciada y las disputas por el poder hagan que el más fuerte o el más marrullero prevalezca— los aparatos burocráticos de los partidos que podrán repartirse puestos en la nómina. Sólo ellos y paradójicamente los priistas sacarán provecho.
Y es que la pérdida de valores y de identidad de uno y otro partido habrá de pavimentar, sólo que ahora legitimado por la alternancia, el regreso del PRI por sus fueros. Victoria pírrica pues habrá de ser la suya.
Los jerarcas del PRI que, emulando al cardenal Rivera, se pronuncian contra las alianzas lo hacen menos por miedo a perder que por exhibir, tácticamente, las incongruencias de sus adversarios. El votante no es tonto y sabe que el agua y el aceite no se mezclan.
No calculan tampoco quienes promueven estas alianzas que al hacerlo contribuyen a la campaña de desprestigio de la política y los políticos que antecede la imposición del autoritarismo, dando la razón a aquellos que hablan de que el quehacer político se ha prostituido por completo.
Ganar es importante, pero más importante es reivindicar la lucha política; darle la majestad que se merece. Asignar a los principios (no a los dogmas) la importancia debida y tender la mano a aquel con el que hay más coincidencias que la sola derrota de un contrario, por poderoso y funesto que éste sea.
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