15 enero 2010
¿Cómo Derrotar al Narco?
Por Fausto Fernández Ponte
“(En México) el problema del narcotráfico no es policial, sino económico”.
Mario Vargas Llosa.
I
La naturaleza de ese problema, añadiríase, tampoco es militar. ¿Cuál sería, entonces, la solución? El celebrado novelista (y ahora actor de teatro clásico) peruanoespañol propone descriminalizar el consumo de estupefacientes y psicotrópicos.
Propone, asimismo, que simultáneamente a la descriminalización del consumo se diseñen y apliquen políticas orientadas a reducir la adicción –cada vez más extendida-- a esas sustancias que los cárteles del narcotráfico trasiegan con colosales ganancias.
Empero, si se despenaliza el consumo, pero no la producción ni su abasto comercial, el impacto al tráfico ilegal sería mínimo, si no es que nulo. Y aunque hipotéticamente fuere así, las causas del problema continuarán persistiendo inabatibles.
El problema, si bien es de causal vinculada a la economía o, a fuer precisorio, de mercado y financiero, también tiene una liga de causa-efecto; es secuela de una realidad de la opresión social –y política— cuya dialéctica nos empuja hacia escapismos.
Esa opresión es un hecho objetivo. Existe. Está allí. Es una realidad. Y para escapar de tal opresión no se exige siquiera conciencia política desarrollada o despierta: el instinto nos lleva a buscar salidas convenientes, de satisfacción, para huir de ella.
II
Huir de esas opresiones no es ausencia de valor civil o personal ni de cobardía. Es abrir accesos a otros estadios que en la antigüedad sólo se abrían ritualisticamente para acceder a planos agudos e intensos de conciencia que se suponían divinos y reveladores.
Hoy, los escapismos son masivos que ofrécense cual verismo insoslayable. Consumir estupefacientes y psicotrópicos u otros tipos de agentes inductores de alteraciones del yo consciente –como el alcohol ingerido en exceso— y, por ende, de conductas.
Por lo general, el consumo inhalado –esnifado-- o ingerido de sustancias solidas o líquidas o incluso vaporizadas de efecto psicotrópico o estupefaciente, si excesivo o extremo por los motivos que fueren, es funesto para el individuo y/o sus allegados.
Esas consecuencias se traducen en daños al individuo. Pero más allá de esas consecuencias –desgaste del sistema inmunológico, deterioro de tejidos blandos cerebrales y óseos incluso— y proclividad a patologías de difícil tratamiento.
Eso ha sido documentado y estudiado científicamente con prolija amplitud. Pero el daño personal mayor es el psicológico. El consumidor consuetudinario, v. gr., de cocaína, corre riesgos de destrucción de tejidos esenciales para funcionar.
III
Ello representa, como añadido, un daño colateral a la economía general misma y a la sociedad, como se observa no sin dramatismos en el alcoholismo e incluso, en proporción igualmente espectacular, en el tabaquismo.
Pero paliar las proclividades contextuales –económicas y culturales— de los consumidores extremos, atender éste escapismo masivo no ha sido generalmente tarea del Estado. Los paliativos son de factura societal, privada, como AA.
El consumo extremo de sustancias que alteran el yo consciente se advierte en casi todos los estratos sociales e incluso entre no pocos personeros del poder político del Estado. Ello explicaría, tal vez, algunas decisiones políticas aberrantes.
A la plausible tesis del señor Vargas Llosa cabría adherirle que si descriminalizados consumo, producción y comercio de esas sustancias, éstas deberían ser producidos y vendidos por el Estado, no por concesionarios empresariales.
Pero esa descriminialzación, si acaso promulgada, debe ser resultado de un proyecto trascendente, de gran alcance y amplio, de abatir la opresión de la cual millones de mexicanos tratan de escapar masivamente. Vaticinio: el consumo continuará creciendo.
ffponte@gmail.com
viernes, 15 de enero de 2010
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