José Gil Olmos
MÉXICO, D.F., 10 de febrero (apro).- No hace mucho tiempo, quizá unos 20 años, Ciudad Juárez era la promesa de la aventura neoliberal de México. Vergel de las maquiladoras, fue la ilusión para miles de desempleados de todo el país que llegaron a buscar el sueño del bienestar en medio de las tierras yermas.
Vieja puerta fronteriza que se fundó desde 1659 como la Misión de Nuestra Señora de Guadalupe de los Mansos del Paso del Norte, Ciudad Juárez arrastra una historia propia, siempre ligada a la historia nacional. Desde la época de la Reforma juarista hasta la revolucionaria, incluso en la etapa de la guerrilla de la década de los setenta, los juarenses han estado presentes.
Desde esos años hasta la actualidad, Ciudad Juárez no ha tenido la atención que merece y hoy se encuentra en un estado de emergencia por el nivel de violencia que padecen sus habitantes y, sobre todo, la generación de jóvenes que nacieron de esos inmigrantes y que sufren la pesadilla de vivir en la ciudad más peligrosa del mundo.
Ciudad Juárez, o simplemente Juárez, concentra lo más terrible de su historia reciente en dos sustantivos que ahí han nacido en medio de la tragedia: los “feminicidios” y ahora los “juvenicidios”.
Abandonada a su propia suerte, expoliada por autoridades y empresarios, olvidada después del enorme fracaso de las maquiladoras que fueron el alma del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, Juárez quedó expuesta para que el crimen organizado creciera y se fortaleciera en sus calles, hasta convertirse en el verdadero poder.
Los juarenses son víctimas de la desatención de los últimos gobernantes del estado que no invirtieron en escuelas, bibliotecas, servicios urbanos, transporte, drenaje, calles, luz pública y seguridad como lo requería esa urbe en crecimiento, y que dejaron que las bandas criminales la convirtieran en su centro de operaciones, en su reino de impunidad.
Al gobernador del PAN, Francisco Barrio, le reventó en las manos el problema de los asesinatos de las mujeres y no lo enfrentó con la fuerza que se requería.
Fue Barrio quien prometió a los chihuahuenses y a los juarenses un mejor horizonte cuando daba aquellos cursos de neurolinguística en su equipo de gobierno y que quiso implementar en las aulas. Con los años ese paraíso se convirtió en infierno y ese mismo problema del feminicidio sigue sin resolverse.
Puerta fronteriza, porosa por obra y gracia de la corrupción, las bandas del crimen organizado (narcotráfico, tráfico de personas y de órganos, de armas y de autos) tomaron como suya la ciudad y a su habitantes, como sus rehenes o sus braceros.
Muchos jóvenes han pasado a las filas del los cárteles de la droga que han extendido sus redes de poder en la escuelas y en los centros de trabajo, negocios grandes, medianos y pequeños; en los bares y cantinas… en las calles. Son distribuidores de droga, cobradores o “halcones”. Lo mismo da cuando no se tienen posibilidades de trabajo.
Los jóvenes que no entran al circuito del crimen organizado se convierten en víctimas de la violencia, como los 15 que fueron ejecutados el pasado 30 de enero a la media noche por un comando que, dicen, los confundieron con otra banda que trabaja para El Chapo, Joaquín Guzmán Loera.
Increíblemente desinformado, sin la menor sensibilidad que ha caracterizado a los gobernantes del PAN, desde Tokio, Japón, Felipe Calderón tildó de “pandilleros” a los jóvenes asesinados, descalificándolos y agraviando a sus familias.
De nada ha valido la estrategia de persecución militar y policial que ha aplicado Calderón para combatir el crimen organizado. Al contrario, ha provocado el surgimiento de más bandas que se dedican al tráfico de drogas y a la extorsión; de mayor violencia y del surgimiento de “comandos de la muerte” que actúan al amparo de la protección oficial.
Preso de sus propios errores, en su visita a Juárez seguramente Calderón ratificará su política de combate al narcotráfico encabezado por el Ejército y sólo le aderezará algunas acciones sociales para bajar el tono de las críticas que originó su calificativo de “pandilleros” a los 15 jóvenes asesinados.
Poco se puede esperar de Calderón para dar un viraje al timón en su visita a Juárez, cuando un día antes ha dicho que su estrategia de persecución militar al narcotráfico ha sido “incomprendida”, sin tomar en cuenta el aspecto social y de salud; cuando sostiene que la violencia no es producida por su gobierno, cuando ve en las críticas un intento de dividir el país.
El “juvenicidio” es la más reciente expresión de esta violencia generada en buena parte por la decisión de Calderón de mantener al Ejército al frente de una guerra perdida contra las drogas; y la indolencia del gobernador de Chihuahua, José Reyes Baeza, al dejar al garete a Ciudad Juárez, donde reina la impunidad, la zozobra, el temor y el crimen organizado.
miércoles, 10 de febrero de 2010
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