Porfirio Muñoz Ledo
13 febrero 2010
bitarep@gmail.com
Las escenas dolientes y airadas de los juarenses, reclamándole al Ejecutivo haberlos hecho víctimas de “una guerra que no pidieron”, condensan la impotencia nacional. Dan testimonio de un estado avanzado de desgobierno y claman por una urgente recomposición de las instituciones y de la vida pública.
La “realidad virtual” desplegada por la televisión se quiebra ante tragedias inocultables, inundaciones diluviales y carencias alimentarias degradantes. La culpabilización externa se torna inmanejable: las catástrofes no vienen de fuera, sino que se gestan en una aguda descomposición interna.
A quienes negaban la mano a Calderón por ilegítimo se suman los que no se la ofrecen por incompetente. Las disculpas que presenta a los familiares de quienes calificó como “pandilleros” se le revierten editorialmente: “pandilleros son quienes han hecho de la política un botín y se disputan parcelas de poder como si fuesen territorios bajo control”.
Las desgracias ocurren en un panorama político dominado por la rebatinga y el cinismo: una clase dirigente diminuta que se disputa los restos de la nave mientras el país naufraga. A los excesos del pragmatismo en elecciones locales se añade la renuncia a su partido del secretario de Gobernación: un caprichoso desdoblamiento de personalidad por el que se deslinda de hechos objetivamente consentidos.
Se duda si sólo es la ruptura de un “pacto de gobernabilidad” o la disolución de la base de sustentación del régimen. La “entente” entre el PRI y el PAN se remonta a 1988, cuando éste brinda su apoyo a la calificación de las elecciones a cambio de una agenda común convenida en casa de Sánchez Navarro.
La rebelión zapatista, el asesinato de Luis Donaldo Colosio y la crisis económica de 1994 cimbraron al sistema y propiciaron reformas políticas conducentes a la instauración del pluralismo. El movimiento ciudadano impulsó la alianza de las oposiciones para la transición: logramos establecer mayoría en la Cámara pero fallamos en una alternancia de amplia coalición.
No es exacto, como ahora se dice, que Cárdenas haya propiciado en 1999 una candidatura común: el único método posible era el acuerdo fundado en la evidencia de las encuestas. Creo en la versión de Adolfo Gilly: “La opinión de doña Amalia era escueta y terminante”. “No estuvo de acuerdo en la alianza con el PAN” y así “el PRD cedió su primogenitura en la lucha por la democracia y ni un plato de lentejas le quedó”.
La traición de Fox al proceso que lo llevó al poder contó de nuevo con la complicidad priísta. La aberrante historia del desafuero ilustra el inicio de una relación pandillera —de erráticos apoyos mutuos— que culmina en la entronización del presidente Calderón y en el modus vivendi que lo ha mantenido y ahora está en entredicho.
Las razones que Fernando Gómez Mont “se reserva” están a la vista. Los favores otorgados en el Congreso a iniciativas cruciales del Ejecutivo eran a cambio de sostener las extravagancias de los gobernadores y los secretos administrados por la PGR en materia de colusiones locales con los narcos, la espada de Damocles con que el centro se protegía de la periferia.
Ocurre que el acuerdo comprendía la abstinencia panista de “alianzas contranatura”, que el renunciante llegó a calificar como “fraudulentas”. Esto es: pavimentar el camino para el regreso a Los Pinos de sus antiguos moradores. Olvidan los frustrados conspiradores que el país no está para bollos y que la insurgencia ciudadana puede borrarlos a todos del mapa.
El tema es la ingobernabilidad, que en estos extremos lleva al colapso de los regímenes. Así sucedió en Alemania cuando la República de Weimar fue incapaz de contener la ira popular o en la caída de la IV República Francesa, cuando la autoridad fue impotente para dar curso a la descolonización. México necesita hoy convocar a sus Estados Generales para una reforma nacional.
sábado, 13 de febrero de 2010
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