domingo, 24 de enero de 2010
“La etapa de los milagros”
Blanche Petrich
Enviada
Periódico La Jornada
Domingo 24 de enero de 2010, p. 17
Puerto Príncipe, 23 de enero. Michel Legros se sentó a la mesa la noche de Navidad con tres personas muy queridas, sus primos Ronel y Gerard Dorilas y su sobrino Frank. Sería la Navidad más significante de su vida. Es el único sobreviviente de la velada. O tal vez no. Puede ser que Frank esté vivo.
En la delgada franja de la “etapa de los milagros”, que aún persiste este día 11 tras el terremoto de siete grados Richter, él se aferra a la versión de que alguien escuchó algo esta mañana.
Es lo que era la abigarrada calle Grand Rue, la de los viejos comercios del centro (algo parecido a Correo Central), con sus deteriorados portales. Todo se colapsó el pasado martes 12 de enero. También el almacén de alimentos de Ronel. Era una vieja edificación de dos pisos, la tienda en la planta baja y la bodega arriba. Frank, quien nació y vivía en Miami, tenía apenas tres meses de haberse mudado a Puerto Príncipe para trabajar con su papá. Tiene 16 años y era un muchacho silencioso. Esta mañana habló. O se cree que habló, y alguien lo escuchó.
De inmediato se movilizaron los equipos de rescate, que intentaron ganar minutos a la maquinaria pesada, la cual ya estaba levantando todo a la vuelta de la esquina: cascajo y restos humanos. Todo junto. Trabajan equipos de Grecia, Francia y el condado de Los Ángeles. “Hace una hora tuvimos comunicación oral con alguien que parece estar en el sótano”, confirmó un gendarme francés. ¿Probabilidades de un rescate con vida? “Diez sobre 90. Trabajaremos tres o cuatro horas más. Si no encontramos nada, desistimos.”
Legros tiene certeza de sus dos primos murieron. “A Ronel lo vi. Bueno, su cuerpo. Gerard también falleció. Le estuve dando agua los primeros días, pero creo que el viernes ya no pudo más.” Hace 10 días, por la noche, mientras vigilaba los restos del almacén de sus primos, fue atacado con machete por los saqueadores.
El miércoles retornó una relativa seguridad en el área. Este sábado el paisaje empieza a tomar un trazo más nítido. Aun con los edificios derrumbados ya se barrió la zona y se levantaron los escombros de la calle.
Legros recibió hoy una llamada muy temprano, en la cual le avisaron que se había escuchado algo debajo de los escombros. Y ahí estaba, con las pestañas blancas de polvo, esperando, desesperando.
Las noticias de la tarde dieron cuenta de un rescate en esa misma calle. Pero no era Franki. Era Wismond Extantus, de 22 años, recepcionista del hotel Napoli.
¿Deben concluir las labores de rescate? La pregunta es desgarradora. Hay quienes piensan que bajo los escombros hay gran cantidad de muertos. Por eso se cruzan y contraponen los dos sucesos del día de hoy.
Por una parte, la ONU comunicó que la etapa de rescate había concluido oficialmente y que se iniciaba la del levantamiento de escombros. La idea es llevar el cascajo a tiraderos específicos, donde habrá quienes monitoreen y quizá contabilicen cuerpos o partes humanas.
Lo otro es el alto contenido simbólico con que se revistió el sepelio del arzobispo de Puerto Príncipe, Joseph Serge Miot. Es el primer funeral público del cataclismo. Y sus oficiantes quisieron convertirlo en signo espiritual para todos aquellos –120 mil, 200 mil, no importa la cifra– que no recibieron sepultura. Será un bálsamo para muchas heridas.
“Es un símbolo para todos los que han muerto”, dice una de las feligresas habituales de la ahora derruida catedral capitalina, a cuyo lado, bajo unas carpas que protegían a los dignatarios del fuerte sol, se celebró la ceremonia religiosa, la cual contó con la presencia del presidente haitiano, René Préval, y el arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan
“¡Perdón, mi dios, por haber dudado!”
Mediodía en el paraninfo del Campo Marte, parque central de Puerto Príncipe. Hay una ceremonia evangélica con conjunto musical y baile; una catarsis. Se reza a grito pelado: “¡Perdón, señor todopoderoso, por haber dudado de ti! Nosotros, que casi morimos aplastados, que casi morimos de hambre, que ya no tenemos escuelas ni casas ni hospitales ¡danos la gracia papá dios!” Esto, en un mar de náufragos.
Un voluntario de Acción contra el Hambre informa que en Campo Marte habitan actualmente 40 mil personas, organizadas de manera ejemplar. Ya lavaron y tendieron su ropa. Hay sanitarios portátiles, cuatro tratadoras de agua que dotan de 30 mil litros diarios a los damnificados, cocinas colectivas. Las redes sociales haitianas están ahí, activas.
Un hombre muy correcto se acerca a exponer su situación. Apunta su nombre y cargo: Brice Jean Robert, coordinador del movimiento de agricultores de las plantaciones de la planicie central de Haití. Viene de Casal, donde el terremoto destruyó miles de casas. “Me voy con las manos vacías. Vine a hablar con el presidente René Préval, pero no lo logré. Es natural. Su prioridad es la capital”.
–¿Qué va a pasar con los miles de Puerto Príncipe que se están yendo a la campiña?
–No van a encontar nada, ahí no hay nada.
–¿Entonces?
–Pues los campesinos tendremos que quedarnos en el campo, sembrar, vivir de la tierra. Pero vamos a necesitar ayuda. ¿Puede decirle a México que necesitamos apoyo para trabajar la tierra, para mejorar la semilla, para conservación de tierras? ¿Puede ser?
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