18 enero 2010
ffponte@gmail.com
Haití
Por Fausto Fernández Ponte
“La pobreza resulta de la explotación de los más por los menos, muchos menos”. Paul Sweezy.
I
Sweezy (1910-94), fue uno de los grandes economistas estadunidenses y autor de “Teoría del desarrollo capitalista”, obra ya clásica en la economía política, aludió alguna vez, en una entrevista en Excélsior en 1969, a Haití.
De Haití, nuestro personaje dijo por entonces a éste escribidor que “si es difícil comprender la naturaleza del desarrollo del capitalismo, bástele al estudiante con darle un vistazo a la economía haitiana; será toda una lección”.
Sweezy, quien dirigía el prestigiadísimo cuaderno “Monthly Review” por él fundado y fue incluso perseguido por el “Establishment” estadunidense por sus ideas “radicales” en economía, pensaba que Haití era un país esclavizado.
Y no le faltaba razón. La esclavitud tiene manifestaciones morfológicas que desconsideran el componente humano, es decir, el desarrollo social. En Haití, la economía se expresaba sólo en términos de un subcapitalismo voraz .
La economía haitiana tenía por nutrientes ya desde entonces –hace cuatro décadas— las remesas de los haitianos en Estados Unidos, Canadá y Francia. Hay más haitianos en la diáspora que en el terruño.
II
Por supuesto, para Sweezy la economía haitiana se sustentaba entonces, como hoy, sobre las premisas y silogismos de un modo de producción prevaleciente en algunas formaciones en Africa y, tal vez, en la Asia himaláyica.
El tema es atañedero hoy. El terremoto que sacudió brutalmente a Haití estremeció a los pueblos de Nuestra América y, sin duda, la América anglosajona y francosajona.
En México, país con vivencias telúricas, el calamitoso trauma haitiano es también nuestro. Las percusiones sísmicas --la geodinámica propia del planeta-- ha cobrado ya cien mil vidas, si no es que más, y destruyó bienes materiales.
México es hogar de miles de haitianos. Millones de universitarios del pasado y el presente conocen a algún estudiante haitiano en nuestros centros de educación superior. Por añadidura, nos identificamos con su misticismo animista.
Así, tocante a los mexicanos, la respuesta solidaria ha sido pronta y generosa en lo posible, no sólo la del gobierno federal y algunos gobiernos de los estados, sino también de entidades de la sociedad civil, empresas y particulares.
III
Ésta implacable tragedia exhibe ante el mundo sin matices y con crudeza que el Estado haitiano, de por sí magro en su andamiaje, fue rebasado totalmente; dejó de ser funcional al ser destruido su símbolo mayor, el palacio presidencial..
Sin una infraestructura para rescates –carencia, incluso, de palas mecánicas y hospitales públicos--, la tragedia se multiplica. Pero ese drama tiene contexto apocalíptico. Esa tragedia ocurrió sobre otra, igual de terrible.
Y esa otra tragedia es, a diferencia de la secuela del sismo, asaz estructural, no coyuntural como el fenómeno geológico. Tiene quy ver con su condición de ser el país (y el pueblo) más pobre de Nuestra América en términos de bienestar.
Mas la pobreza extrema en Haití es rayana en miseria, discernida e identificada diríase que espectacularmente bajo todos los paradigmas de medición de bien ser y estar. Esa pobreza es absoluta. Lacerante. No necesita adjetivos.
Pero esa miseria tan obscena no es la consecuencia de penalizaciones teístas. Deviene de una forma de organización económica bestial, opresiva, equivalente a la esclavitud colonial que los haitianos rompieron en 1804, indicando caminos.
En nuestra crisis nos identificamos con Haití. El fantasma de la miseria ya está en México. Hay más pobres aquí que en ese desesperanzado país. Y muchos de nuestros pobres son más pobres que los haitianos. ¡Ay, México! ¡Ay, Haití!
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lunes, 18 de enero de 2010
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