Fausto Fernández Ponte
14 enero 2010
Entre el César y Dios…
“Los representantes de Dios en la tierra y los representantes del pueblo tienen, ambos, una representación espuria”.
La Pasionaria.
I
El aforismo atribuido a la legendaria dirigente republicana española Dolores Ibarruri, La Pasionaria, es fiel al espejo diario si traído al plano mexicano. En España, la II Republica fue destruida por el franquismo atroz y un tercer protagonista, la Iglesia.
Sí, la Iglesia. La Iglesia católica, aclárese, que se desempeñó durante la guerra civil española como un partido político sustentador de Francisco Franco –a quien ungió como brazo armado de Dios-- para exterminar a los descreídos.
Detrás de ese genocidio patrocinado por la Iglesia había, como lo sigue habiendo, un interés estratégico: evitar que un Estado laico –el republicano-- se consolidase en España y acotare el poder económico y político de la religión organizada.
Ese poder económico se nutre del financiamiento del Estado español a la Iglesia Católica, de modo que las limosnas de los feligreses y las ganancias de los muchos negocios de ésta institución van a dar al Vaticano, limpios de polvo y paja.
Así, de los elevados impuestos que el hispano medio paga al Estado, una parte considerable se destina a financiar a la Iglesia y sus operaciones y los quehaceres de su muy gruesa burocracia, que además actúa como una organización de control social.
II
En México, como en España, la Iglesia ha combatido a los descreídos, en particular a aquellos situados en la estructura del poder político del Estado. Ha financiado, promovido y realizado incluso guerras fraticidas en varias modalidades execrables.
Se opuso, desde luego, a la Independencia y, luego, a la Reforma y más tarde a la Revolución, a la que le hizo la “guerra cristera” –adquirió armas y creó un ejército— y, desde entonces, ha continuado combatiendo bajo varias guisas al Estado laico.
La Iglesia Católica, como consorcio económico y organización política de control social, se nos ofrece en nuestra historia como enemiga del pueblo mexicano. Ello, aclárese, no significa que Dios, doquiera en nuestra psique, sea enemigo de México.
El contencioso mediático entre la Iglesia católica –a la que se sumaron otras iglesias cristianas— y la vertiente local defeña del poder político del Estado mexicano accedió a conflicto internacional a causa del matrimonios entre “gays” y poder adoptar hijos..
O, al menos, así parece. Por un lado, el Estado Mexicano y, por otro, el Estado Vaticano, que es un ente político formal, constituido, desde cualesquier perspectivas que se le quiera ver, la jurídica –el derecho internacional— y la cultura del poder.
III
El Estado Vaticano es, pues, un verismo insoslayable; es realidad no necesariamente enteléquica y moral, sino material y actuante. Para los demás Estados en el planeta, el Vaticano es una concreción organizada no por una sociedad, sino por intereses de poder.
Véase: el Estado Vaticano tiene, como el Estado mexicano o cualesquier otros Estados, sus elementos constitutivos definitorios: un pueblo –que llama “Pueblo de Dios” en muchos países--, un poder político que “sirve” a éste, territorio y soberanía.
“Su” territorio no es sólo el espacio, sin duda impresionante, que es su sede en Roma, sobre el cual ejerce soberanía. Pero ésta soberanía es trasnacional. El Estado Vaticano “tiene” soberanía sobre los mexicanos y quiere tenerla sobre el Estado mismo.
La historia de México está preñada, no sin incontables tragedias sociales, de conflictos entre personeros de la religión católica organizada para fines de poder político y económico, y mandatarios de voluntades sociales de laya laica.
Los primeros son identificados a cabalidad como clero político, siendo la política y su ejercicio un faenar inherente a la naturaleza humana, pero desviada falazmente hacia metas ajenas a la satisfacción de las necesidades espirituales de los mexicanos.
ffponte@gmail.com
jueves, 14 de enero de 2010
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