lunes, 11 de enero de 2010

ADOPTAR NIÑOS

10-Enero-2010
Carlos Manuel Valdés
Con motivo del planteamiento legislativo sobre parejas homosexuales y adopción de niños me parece que debo tratar un asunto, espinoso para muchos, que se ha enfocando desde ángulos estrechos. El tema es tabú y lo enfrentaré tras el regaño de personas a quienes disgustó mi artículo anterior. No tocaré lo que se discute en la Ciudad de México.
En la televisión alguien dijo que hay 28 mil niños en la república mexicana en espera de padres adoptivos: me parece que debe haber más. Ahora lidiamos sobre la inconveniencia de que algunas parejas adopten niños. Un hombre soltero, viejo, feo y mal hablado, apodado Chinchachoma, recogió alrededor de 300 niños en las alcantarillas y portales del Distrito Federal sin pedir permiso a nadie. Gracias a su corazón un tanto anarquista esos niños tuvieron mil oportunidades que nuestros gobernantes les negaron. Nadie se atrevería a levantar un dedo contra ese solterón empedernido.
En Coahuila tuvimos un presidente del Tribunal Tutelar para Menores de lujo: Ramón Saucedo Bosque, quien, en su efímero paso por la dependencia, entregó en adopción 40 niños. Estudiaba cuidadosamente a la pareja (o persona) que deseaba adoptar.
Si se hacían merecedores de un hijo, tras su entrega les daba seguimiento pudiendo recogerles la criatura si había maltrato u otra causal. Una pareja que ya había pasado todas las pruebas, cuando ya iba a recibir su niño exigió verlo antes. Ramón, recto como era, les negó la adopción: “Los niños no son sandías para dárselos calados”, les dijo. “Todavía no están preparados para ser padres”. Querían ver si era bonito. De 40, tres fueron al extranjero, una niña a París, otra a Noruega y un tercero a otra nación. Allá los hacía vigilar por el alcalde, la Policía o el párroco de la población a que pertenecían, para saber si había un trato cariñoso. Decía Ramón que nada más de un caso se arrepintió (entregado en Saltillo) aunque no pudo remediarlo ni hubo descuido suyo.
El señor inquisidor, Serrano Limón, piensa que es una bestialidad entregar niños a personas que viven en mal estado. Tiene razón. ¿Por qué no adopta él a unos ocho para que nos muestre cómo hacerlo? Josephine Baker, maravillosa cantante negra que danzaba semidesnuda, adoptó una ristra de niños huérfanos y, a pesar de su vida aparentemente disoluta, los educó bien (ella participó en la Resistencia francesa antinazi). René Spitz, un psicólogo inteligente y generoso, se ocupó de decenas de niños extraviados, abandonados y huerfanos durante la Gran Guerra, algunos recién nacidos. Entre enfermeras y guardias sin estudios sacaron adelante a esos pequeños sin presente ni futuro.
En la televisora norteamericana CNN acaban de entregar su máximo premio a una pareja de orientales que tiene ya más de treinta hijos, de los que nada más dos son biológicos. ¿Por qué andamos tan perdidos que preferimos que haya niños miserables, desdichados, hambrientos con tal que no caigan en “malas parejas”? Porque siempre nos vamos por lo morboso y nos falta corazón.
El proceso legal de adopción es muy engorroso. Si ahora mismo los jueces entregan pocos niños a parejas deseosas de adoptar ¿por qué no dejamos que los jueces decidan si dan o no niños? La sociedad no tiene nada qué opinar ante la encrucijada de hacer feliz o desventurado a un niño. No adopte usted si no quiere, pero ¿qué le importa que a terceros les interese hacerlo?
No han faltado algunos psicoanalistas despistados que hablan de que niños con un solo padre o en situación de orfandad (por ejemplo los que se forman en establecimientos comunitarios) no puedan resolver el conflicto edipiano. Ya hace muchos años el gran antropólogo Bronislaw Malinowski había atacado el concepto cuando encontró una tribu en los mares del sur en la que todos los niños eran hijos de todos los adultos sin reconocerse de una pareja y siendo educados comunitariamente. Halló que esos niños eran tan alegres y maduros como los niños londinenses de clase media.
Propongo revisar el problema desde todos los puntos de vista antes de condenar (o aplaudir) un cambio legislativo. ¡Vaya que tendrán trabajo nuestros diputados! Espero que esta vez ejecuten con seriedad su chamba. Los niños son sus rehenes.

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