Jorge Moch
Usted, señorito poderoso y de falsas contundencias, de faja presidencial calzada a fuerza, de cachucha militar sin estrellas; usted, el de casaca verde olivo que le queda holgada; usted, que se hizo llamar el candidato de manos limpias y hoy se las mira manchadas de sangre, la sangre de miles de mexicanos, buenos y malos, inocentes y culpables, debe estar muy orgulloso de su empecinamiento, de su tozudez, de su cortedad de miras y su modo simplón de entender el país que dice gobernar y no ha hecho más que ir desarticulando, emporcando, vendiendo a postores extranjeros. Usted, que se gasta riadas de dinero en promocionarse a sí mismo; usted, que se ha pasado el sexenio escamoteando a los mexicanos el derecho a la información y todo lo convierte en propaganda mentirosa y circo, con la colaboración vergonzante de la televisión y buena parte de los medios.
Usted, palafrenero irrestricto y cortesano del capital extranjero, compinche de mentirosos con poder y dinero, patrón y alecuije de señoritos feudales… Usted, chaparrito regañón e insuflado, que exhibe su debilidad refugiándose en la intimidación que supone un uniforme; usted, sépalo bien, que ha solapado abusos de la tropa que no está entrenada para el trato cotidiano con la población civil y a pesar de los argumentos en contra sacó al ejército a las calles para hacer de policía; usted, emperadorcete de estuche, rodeado de guardaespaldas en cuanto acto hace presencia; usted que sin duda debe a pesar de todo sentirse inerme en medio de la violencia que se ha desencadenado en nuestras calles, porque decidió supeditar un problema de salud a los arbitrios del extranjero y terminó convirtiéndolo en tragedia sangrienta; usted, que trastocó las calles de gran parte de la nación en trinchera y tierra de nadie; usted, que se cree invencible y garante de leyes que en los hechos todos sabemos que son letra muerta; usted, el polémico candidato que muchos dudamos que haya ganado; usted es responsable último de que sus soldados en un retén hayan matado a dos niños de cinco y nueve años que se iban de vacaciones a la playa.
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Usted es el responsable último de que miembros del ejército detengan arbitrariamente a cualquier chamaco en la calle o en una carretera vecinal, de que lo torturen, le quemen la cara, lo amenacen de muerte, lo acusen de narcomenudista porque usted, reyezuelo sin corona, ha creado la psicosis colectiva en la que está sumida la sociedad mexicana. Ha incumplido sistemáticamente cada promesa jugosa de su desangelada campaña cuando era candidato; usted, que en lugar de cumplir con su ofrecimiento de reducir impuestos los ha aumentado, que sigue tendiendo cortinas de humo en lugar de transparentar la información sobre el desempeño de sus parientes y compinches; usted, que se alió con la peor ralea corrupta y amafiada que puede dar la política de este triste país para poder hacer que gobierna; usted, que con miedo y violencia pretende comprar legitimidad; usted, qué duda cabe, bien puede acariciar la idea de suprimir las garantías individuales de los mexicanos para meter mano en las próximas elecciones presidenciales en las que, no le quepa duda, recibirá de la sociedad mexicana un duro voto de castigo por tanta porquería y tanta estupidez y tanta ineptitud; usted, señor presidente “del empleo”, de la seguridad, de la salubridad; usted, al que no le gusta que lo toque la gente, ni que le reclamen en público su ineptitud; usted, que se siente inalcanzable y todopoderoso habrá de rendir finalmente cuentas un día. Téngalo por seguro. Sepa que todos ésos que lo adulan, todos esos lambiscones de que se rodea, clérigos, dizque periodistas, banqueros, empresarios, industriales y simples cortesanos o guaruras tarde que temprano le darán la espalda. No deberá llamarse sorprendido, entonces, cuando toda vez que haga usted una aparición pública que no esté preparada a modo, reciba reclamos, rechiflas y desprecio. Y estará usted completamente solo, se espera, con su conciencia si es que alguna le queda
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