La Jornada
No hay en la historia profesional de Doña Perpetua razones de fondo para identificarse con el normalismo. A diferencia de la mayoría de los maestros de educación primaria pública del país, ella no estudió para ser profesora en una escuela Normal. En 1960 asistió a los cursos del Instituto Federal de Capacitación del Magisterio, una institución creada por el presidente Manuel Ávila Camacho para regularizar a maestros que impartían clases sin capacitación previa y sin título. Comenzó a trabajar en Ciudad Nezahualcóyotl sin haber conseguido el título, pero “sus protectores –cuentan Arturo Cano y Alberto Aguirre– pusieron como condición que terminara sus estudios”.
Afirmar, como hace Elba Esther, que las normales rurales han sido semilleros de guerrilleros
, es una barbaridad sin fundamento. De la misma manera en la que de las filas de esas escuelas han salido disidentes políticos y sociales, también han egresado maestros que se han convertido en importantes políticos priístas, caciques, líderes sindicales charros (Carlos Jonguitud es egresado de la Normal Rural de Ozuluama) y funcionarios del sector educativo. La lista es muy larga. Cito, tan sólo, dos ejemplos: Enrique Olivares Santana y Liberato Montenegro.
Enrique Olivares Santana fue una figura clave de la política mexicana. Su biografía es emblemática de la trayectoria pública de la vieja guardia priísta. Nacido en 1920, masón, fue líder sindical y dirigente campesino, llegó a ser secretario de Gobernación entre 1979 y 1982, gobernador de Aguascalientes, presidente del Senado, secretario general del PRI, diputado local y federal y el primer embajador de México en el Vaticano. Estudió en la Normal Rural de San Marcos, Zacatecas.
Liberato Montenegro es un emblema del sindicalismo charro. Es el prototipo del cacique gremial. Aunque nació en Jalisco en 1938 es el hombre fuerte del magisterio nayarita, Diputado y senador tricolor, su imperio abarca de la más modesta escuela a parte de la clase política estatal. Él decide el destino de los maestros en su entidad. En los últimos 23 años ha impuesto al menos a 54 alcaldes electos y a 35 diputados locales, todos miembros del SNTE. Era casi un niño cuando ingresó al internado de la Escuela Normal Rural de Xalisco, en territorio nayarita, de donde fue dirigente de la Sociedad de Alumnos Emiliano Zapata. Se convirtió en presidente de la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México (FECSM).
Roberto Meza, antiguo dirigente de la disidencia magisterial de Hidalgo, ha explicado el proceso mediante el cual algunos normalistas rurales se vuelven dirigentes charros. “Los caciques –dice el maestro– por inercia social, mandaron a sus hijos a las normales rurales, donde estudiaban los hijos de quienes los cuestionaban en el campo. De allí salieron dirigentes sindicales con nexos familiares con los caciques. Otros como Manuel Sánchez Vite (ex dirigente del SNTE) y Onofre Hernández fueron más allá. Entraron de lleno a la estructura sindical y se convirtieron en caciques burocráticos.”
Las declaraciones de la maestra contra las normales rurales no son novedosas. Forman parte de una leyenda negra alimentada desde el poder desde que, en julio de 1940, una veintena de ellas se fue a la huelga exigiendo mejor alimentación, reconstrucción de sus edificios escolares y dotación de material de estudios. A partir de ese momento comenzaron a recibir acusaciones de ser semilleros de comunistas
. En 1950 el gobierno de Miguel Alemán anunció el cierre de algunos planteles y la reducción de los años de estudio, argumentando que las escuelas se habían convertido en viveros de líderes
y que muchos estudiantes se cambiaban a la UNAM para seguir sus estudios. La respuesta de los jóvenes frenó a la medida.
Sin embargo, es cierto que estas instituciones educativas han sido una incubadora de organizadores sociales. José Santos Valdés, uno de los grandes héroes pedagógicos del país –ahora casi olvidado y ninguneado–, decía que los maestros rurales debían ser líderes de su comunidad. Así ha sido. De sus aulas han salido dirigentes populares comprometidos con la transformación social. La lista es muy grande: Lucio Cabañas; los profesores Rafael Martínez Valdivia y Miguel Quiñones Pedroza (fallecidos en el ataque al cuartel Madera el 23 de septiembre de 1965); Misael Núñez Acosta (asesinado en 1981 por pistoleros a sueldo del SNTE); también organizadores campesinos como Ramón Danzós Palomino, Álvaro López, Emilio García y Vicente Estrada.
Pero considerar ese compromiso como muestra de que las escuelas son semilleros de guerrilleros
es un despropósito destinado a justificar la represión contra los muchachos y cerrar las instalaciones escolares críticas con Gordillo. Los egresados de esos centros educativos tienen una indudable vocación de enseñanza. Miles de maestros salidos de ellas dan clase en condiciones muy difíciles.
Entrevistado por la revista Contralínea, el Comité Central de la FECSM rechazó denuncias parecidas. “Son semilleros de buenas personas: críticas, analíticas y reflexivas –respondió–. Estas escuelas abren la mente de la gente, le muestra la injusticia que hay. La misión de los profesores rurales es enseñar a la gente cuáles son sus derechos.”
La acusación de Gordillo contra las normales rurales es parte del asalto contra ellas en marcha. Un asalto que busca desaparecer una de las experiencias pedagógicas más interesantes y ricas que se han vivido en el país.
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