sábado, 2 de enero de 2010

MANIFIESTO A LA CLASE OBRERA Y AL PUEBLO DE MÉXICO

PARTIDO POPULAR SOCIALISTA DE MÉXICO
181018601910 - 2010

¡CONMEMOREMOS ESTOS 200 AÑOS DE LUCHA INCONCLUSA RETOMANDO LAS BANDERAS Y RENOVANDO EL COMBATE!

¡Abajo el mal gobierno! ¡Fuera Calderón! ¡Muera el neoliberalismo!

MANIFIESTO A LA CLASE OBRERA Y AL PUEBLO DE MÉXICO
La clase dominante pretende banalizar las grandes fechas de nuestra historia, la del centenario de la Revolución de 1910, la del bicentenario del Grito de Dolores, y el sesquicentenario de la Reforma juarista, ni siquiera lo menciona. No son fiestas lo que tenemos enfrente, no son celebraciones de boato y sin contenido, como lo pretende la clase dominante; ya antes el dictador Porfirio Díaz quiso hacer un engaño igual, al celebrar con bombo y platillo el centenario de la Independencia, y entonces, ¡le estalló la Revolución!

Lo que hoy tenemos enfrente, la clase obrera y el pueblo, es otra cosa, una lucha revolucionaria doblemente centenaria que todavía no concluye y que debemos retomar hoy. Contra la maniobra de la burguesía entreguista, renovemos nuestra memoria histórica:

1810. Hace doscientos años estallaron las luchas por la independencia en México y toda la hoy América Latina; no tuvieron como única causa el anhelo de liberación política; las injusticias sociales intolerables y el mal gobierno las hicieron detonar. Además, como lo explica Vicente Lombardo Toledano, también y sobre todo las causó el hecho de que las fuerzas productivas habían entrado en contradicción con las relaciones de producción, esclavistas y predominantemente feudales.

Por eso, la de 1810, en México, con Hidalgo y Morelos como grandes conductores, fue una Revolución de Independencia y al mismo tiempo una Guerra de Clases, contra la clase dominante que imponía relaciones de tipo esclavista y feudal. Revolución que obtuvo la independencia formal con respecto de España, pero no logró destruir esos viejos modos de producción y forjar otro más avanzado; quedó pendiente ese otro aspecto. Fue el primer tiempo de una misma grandiosa sinfonía revolucionaria, diría Lombardo, que es el proceso histórico de liberación nacional que hoy todavía no concluye, está vivo y exige que le demos continuidad.

En aquel momento histórico, la no solución de sus causas principales hizo que la revolución estallara otra vez y de inmediato, y tomara la forma de una lucha dura, implacable, entre los liberales y los conservadores, que en su esencia seguía siendo una revolución antifeudal y contra el modo esclavista de producción, puesto que la esclavitud, abolida por el decreto revolucionario de Hidalgo, sobrevivió sin embargo por largo tiempo como modo de producción. Y agregó entonces el rasgo de anticlerical, al percatarse que el Clero político y la Iglesia, vista como institución y empresa, eran la fuerza fundamental que sustentaba al viejo régimen, en lo económico y en lo político.

1860. El segundo tiempo de la gran sinfonía culminó con la Reforma, que impidió al Clero seguir interviniendo en la vida pública y seguirse apropiando de tierras y bienes inmensos. Pero otra vez, si bien logró avances importantes, la revolución quedó trunca, sin alcanzar sus objetivos últimos. Porque al momento en que los liberales de Juárez triunfaban, Inglaterra, Alemania, Francia y Estados Unidos, entre otros países en los que el capitalismo se desarrolló de manera temprana, llegaban al punto en que saturaban sus mercados internos e iniciaban la fase de exportación de capitales, como resultado de las leyes objetivas que rigen ese sistema.

Empezaron entonces a comprar minas y yacimientos petroleros, a tender redes de telégrafos, a construir ferrocarriles y a adquirir todo lo que fuera lucrativo. Y así fue como llegó el capitalismo a México, desde fuera, tardíamente respecto a otros países como los citados, y deformado, pues no fue producto del desarrollo interno. Lombardo indica que de este modo “…pasaron los pueblos latinoamericanos, en un lapso breve, de su condición de colonias de España y Portugal, a semicolonias del imperialismo internacional”. Y explica: “las inversiones extranjeras provenientes de Europa y de los Estados Unidos de Norteamérica intervinieron en la vida doméstica de las naciones iberoamericanas, yuxtaponiéndose en la mayoría de ellas a las formas antiguas de producción con supervivencias semifeudales y deformando su natural desarrollo histórico.” Como resultado, las injusticias sociales se agudizaron de nueva cuenta, golpeando con dureza a las capas populares de la población.

¡Abajo el mal gobierno!, volvió a ser el grito, primero de los Insurgentes con Hidalgo y Morelos, luego de los liberales, con Benito Juárez, y en su momento, de los revolucionarios de hace un siglo, con Flores Magón, Villa y Zapata.

1910. Vino así el tercer tiempo de la gran sinfonía revolucionaria del pueblo de México, a partir de 1910, todavía antifeudal y democrático-burgués, pero con un nuevo rasgo característico: en esta fase pasó a ser sobre todo antiimperialista, pues lo que impidió que México alcanzara los fines de la Revolución, luego de las Leyes de Reforma, fue la irrupción de capitales extranjeros provenientes de Estados Unidos e Inglaterra principalmente; ya era la etapa del imperialismo, en la que el mundo sigue inmerso.

La Revolución de 1910 tuvo varios rasgos a la vez: fue una revolución democrático burguesa, es decir, antifeudal, como venía siendo desde 1810; antiesclavista en alguna medida todavía; y fue por primera vez una revolución antiimperialista o de liberación nacional, la primera desde el punto de vista cronológico, que tuvo ese carácter en el mundo, que se propuso alcanzar nuestra independencia económica y también nuestra plena independencia política, que no se tiene sin aquélla. Al triunfar, plasmó los anhelos de la clase obrera y el campesinado en el articulado de la nueva Constitución, la de 1917, la más avanzada del mundo capitalista. Pero estos logros, muchos de ellos quedaron sólo en el marco jurídico, sin convertirse en realidades tangibles, porque la oligarquía terrateniente de antaño y la nueva burguesía proimperialista que fue surgiendo, con el apoyo del imperialismo, al que sirven, pudieron empantanar las conquistas del pueblo, y más tarde, a partir de 1982 con la llegada de los neoliberales, echarlas atrás.

Ésta ha sido nuestra historia, una larga lucha, todavía inconclusa, entre el pueblo y sus explotadores, entre revolución y contrarrevolución. En cada etapa ha habido avances valiosos; no todo lo ha conseguido el pueblo, sin embargo; la batalla definitiva está pendiente todavía, se acerca el momento de librarla.

2010. “Necesitamos una nueva Revolución”, dijo Lombardo hace medio siglo: “esta revolución será la cuarta etapa de la Revolución ininterrumpida de nuestra historia, después de las etapas de la Independencia, de la Reforma y de la lucha contra la dictadura de Porfirio Díaz.” En ésta, lo probable es que no tome la forma de una insurrección armada, según lo previó Lombardo y hoy los hechos lo siguen confirmando; no existen las condiciones para que una con esa modalidad emerja triunfante, como sí las hubo en 1810, en 1860 y en 1910; por fortuna no es la única forma de hacer una revolución y llevarla a la victoria, el pueblo de México, los pueblos del mundo, han ido abriendo caminos, construyendo vías para la Revolución que son muchas y todas tienen validez; ésta será seguramente, una revolución caracterizada por grandes movimientos de masas, vigorosos, resueltos y entusiastas, como lo explicó Lombardo, capaces de detener y revertir la brutal ofensiva contrarrevolucionaria que se ha dado durante los ya casi treinta años de neoliberalismo, con Salinas, Zedillo, Fox y Calderón como cabezas visibles, que destruyó muchos de los logros de 1910 y hasta de 1860, y que hacen mucho más vigente el llamado a la cuarta etapa.

Así es como vemos en el Partido Popular Socialista de México nuestro proceso revolucionario, con sus cuatro tiempos. Éste, en el que ya estamos inmersos, tiene viejas contradicciones por resolver, no solucionadas antes: las del modo feudal de producción, las supervivencias del esclavismo y hasta de la comunidad primitiva, que también persisten. Las del capitalismo dependiente, que se profundizó y que es el modo de producción que predomina, subordinado de manera descomunal, por los neoliberales, a instancias económicas y políticas de fuera de nuestro territorio; desde allá nos saquean y nos imponen las grandes decisiones, sin que nuestro pueblo tenga la posibilidad de opinar siquiera. Nuestra precaria democracia, que apenas se construía con grandes dificultades, la echaron atrás los neoliberales y la sustituyeron por una mediática y ficticia, que encubre una brutal dictadura de clase y con la cual han logrado evitar que la revolución estalle, con el engaño de que el pueblo podrá echar a los malos gobernantes en la próxima elección, y sustituirlos, pero esto, ya lo hemos comprobado varias veces, en las condiciones actuales es sólo un espejismo. Por eso las injusticias han vuelto a agudizarse; por eso el gobierno golpea a los trabajadores del campo y la ciudad una y otra vez con toda clase de acciones, la clase dominante hace tiempo declaró una guerra sin cuartel contra el pueblo.

La nuestra sigue siendo, por eso, una Revolución de Liberación Nacional, sobre todo, y su objetivo inmediato es echar del poder a Calderón y al PAN, pero eso nada nos resuelve si no echamos a todos los neoliberales y destruimos todo el entramado construido por la burguesía proimperialista al servicio de sus amos; es indispensable, por tanto, echar del poder a esa clase social o, por lo menos, a ese sector entreguista de la burguesía. Pero ésta ha de ser también una Revolución anticapitalista que va hacia adelante, Socialista por tanto, porque la Patria no puede liberarse cabalmente sino sólo a condición de sustentarse en el futuro sobre relaciones de producción y cambio sin propiedad privada, sin explotación de unos humanos por otros.

Conmemoremos por tanto 200 años de lucha revolucionaria todavía inconclusa, redoblando la batalla; contribuyendo a la organización y movilización política de la clase obrera, de los campesinos y todas aquellas capas de la población agraviadas por el neoliberalismo, vivificando la conciencia de clase del proletariado y elevando la educación política de las otras fuerzas sociales que han de cooperar para la definitiva liberación nacional. Conmemoremos 200 años de revolución inconclusa retomando las banderas de Hidalgo, Morelos, Juárez, Flores Magón, Villa, Zapata y Lombardo, y renovando el combate, poniéndolo al día. Conmemoremos 200 años de revolución, aportando a la cohesión del movimiento de masas contra el neoliberalismo, insuficientemente articulado todavía y carente de la indispensable visión unitaria de estrategia y táctica de mediano plazo, sin la cual la victoria revolucionaria es imposible. Conmemoremos 200 años de lucha tomándonos de las manos firmemente con los electricistas, los trabajadores de la educación, los mineros, los campesinos, los pueblos y comunidades indígenas y todos los agraviado por el neoliberalismo y el capitalismo dependiente, y dando nuevos pasos unitarios, que avancen de la suma numérica a la unidad de objetivos, asumida con plena convicción, ¡si lo logramos, seremos invencibles!

¡La victoria pronto será nuestra!, ¡Viva México!, ¡Viva la clase trabajadora!, ¡Hasta la victoria siempre!
Ciudad de México, 1º de enero de 2010.
http://www.ppsm.org.mx

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