José Gil Olmos
MEXICO, DF, 20 de enero (apro).- En las últimas semanas, la Iglesia católica mexicana y el Partido Acción Nacional (PAN) se han volcado literalmente para denostar la decisión de aprobar legalmente las bodas gay en el Distrito Federal.
Y han tomado el asunto como si fuera la “madre de todas las batallas”, pero en realidad lo están usando políticamente para golpear al PRD y al gobierno capitalino de Marcelo Ebrard.
Para la Iglesia y el PAN, cuyos orígenes están precisamente en las filas del catolicismo más conservador del país, no hay peor pecado que la unión de dos hombres o dos mujeres.
No es “normal” ni “natural”, sostienen con argumentos que parecen recuperados de los tiempos de la Santa Inquisición.
En el púlpito y en las curules legislativas, religiosos y panistas han levantado barricadas para detener a quienes se atreven a atentar contra las leyes divinas y de la “naturaleza”, sobre todo cuando ya se habla de que las parejas gay pueden adoptar niños o niñas para formar nuevas familias.
Si hubiera una nueva reedición de los pecados capitales, seguramente incluirían las uniones del mismo género en la lista de las acciones que merecen el infierno.
Paradójicamente, la decisión de la Asamblea Legislativa (ALDF) de aprobar las bodas gay, ha traído nuevos alientos de lucha a los panistas derrotados en las últimas elecciones por el Partido Revolucionario Institucional (PRI); y al clero católico mexicano que, desde el escándalo de la pederastia de uno de sus pilares modernos, el padre Marcial Maciel, no podía levantar cabeza.
Tan metidos están en la nueva Cruzada, que panistas y eclesiásticos católicos –también de otras religiones cristianas– han dejado a un lado a los verdaderamente afectados por desastres naturales y gobiernos corrompidos en sus estructuras. Se trata de millones de pobres –60 millones en el país, aproximadamente– y a los afectados por el reciente terremoto en Haití.
Dice un viejo dicho que lo más fácil es olvidar. Y esto es al parecer lo que está sucediendo con los panistas y prelados que sólo voltean a ver lo que les interesa y no a los desposeídos. Y cuando los ven, lo hacen con caridad y no con demanda de justicia.
Es curioso que en estos días de tragedia en Haití, la Iglesia católica no haya mostrado un gesto de generosidad para ayudar a millones de isleños pobres y hambrientos que se quedaron sin familia y sin casa por el terremoto más intenso que han sufrido.
¿Qué pasaría si en un gesto de buena voluntad utilizaran las limosnas que recogen en todo el país para acciones sociales en México y en países que sufren catástrofes, como es el caso de Haití actualmente? ¿Sería un milagro? Sí, pero los milagros no existen.
¿Qué pasaría con los panistas si realmente se dedicaran a gobernar el país sin prejuicios religiosos, políticos o ideológicos? ¿Dejarían de ver la pobreza con ojos de caridad y la tenderían como un tema de política social? Tal vez, pero los milagros en la política tampoco existen.
La Iglesia católica como institución vive una crisis de credibilidad y no hace mucho por superarla. Hace años, cuando una parte se dedicó a atender a los más pobres, se le persiguió e incluso algunos de sus pastores fueron desconocidos. Mientras que a los que han cometido acciones ilegales, como la pederastia, los encubren.
A los panistas, en diez años de gobierno les ha pasado algo similar. Gobernadores y dirigentes partidistas metidos en negocios turbios se les ha perdonado ante el asombro de quienes votaron por ellos para realizar un verdadero cambio en el país.
Hoy ambas instituciones se han unido para combatir las bodas gay en el Distrito Federal y convocan a los homosexuales a “dominar sus pasiones” y corregir sus conductas “anormales” y “antinaturales”.
Y mientras se entretienen con esta batalla como si fuera la última Cruzada, dejan de lado a muchos olvidados de Dios, quienes padecen miseria, pobreza y hambruna.
jueves, 21 de enero de 2010
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