Sara Sefchovich
En un número reciente de la revista Nexos, Fernando Escalante Gonzalbo afirma que la percepción que tenemos en México sobre la violencia es distinta a la realidad de la violencia. Según la presentación a su artículo: “La imagen de un país más homicida que nunca es falsa. México es menos violento hoy que hace tres lustros. Los homicidios dolosos no han hecho sino descender. La violencia del narco es episódica” Y concluye afirmando que ”Esta es la verdad enorme”.
En un libro apenas publicado, Jorge Castañeda y Rubén Aguilar afirman algo parecido: que los datos duros sobre el consumo de drogas y sobre violencia relacionada con el narco no justifican la estrategia de guerra emprendida.
Lo contrario también es cierto: hay autores que aseguran que la pobreza o el desempleo o los estragos de la influenza o la falta de dinero son peores de lo que nos dicen. ¿Que sucede? ¿Por qué no vemos las cosas como son? ¿A qué y a quienes sirve ese afán por inflar o desinflar la realidad? ¿Y cómo es que se logra que ella termine por no tener que ver con la percepción que tenemos los ciudadanos?
Escalante lo atribuye a los medios con su gusto por ser “estridentes” y a los “expertos” a los que les gusta arreglar los datos “de modo que cuadren con explicaciones preconcebidas.” Castañeda y Aguilar lo atribuyen al deseo del presidente Calderón de legitimarse haciendo suponer que la guerra contra los carteles es más importante de lo que es, cuando de hecho, según dicen los autores “nada justifica una estrategia como la emprendida”.
Me parece, como ya lo he dicho, que la respuesta a las preguntas planteadas es que entre nosotros existe desde hace algunos años una manera de hacer política según la cual todo se vale (desde alterar datos duros hasta de plano inventar) con tal de llevar agua a un molino de intereses personales. Pero también, por cierto que esto sea, todavía no alcanza a explicar de fondo las cosas.
Falta referirse a lo que hace posible que esto sea de esa manera. Y la explicación radica en la separación enorme que existe entre los grupos dominantes y los demás. Es una brecha que históricamente siempre ha estado allí. Los dos lados del espectro social tienen una idea de lo que son y de lo que quieren ser, de cómo se imaginan a sí mismos y al país que poco tienen que ver entre sí.
En el siglo XIX, los liberales inventaron una nación a partir de sus ideas y de sus deseos pero no de la realidad. Algo similar ocurrió durante el Porfiriato. Y así seguimos siendo hoy cuando nuestros ilustrados tienen un concepto de democracia y de modo de gobernar basado en los libros y en lo que quisieran que fuéramos más que en lo que somos, mientras que “los demás” tienen el suyo a partir de su realidad muy concreta: trabajo, vivienda, salud, servicios, cultura, prioridades. Un ejemplo de esta brecha se puede observar en la manera de vivir el conflicto generado por el decreto de desaparición de la compañía de luz. Mientras los ilustrados y los políticos debaten en cenas y foros, analizan e interpretan, los trabajadores despedidos y sus aliados marchan en las calles y peregrinan a la Basílica de Guadalupe acompañados de sus familias que participan intensamente en apoyar a los suyos. Las formas de reaccionar de unos desconciertan completamente a los otros, porque en la mentalidad de los modernos eso de impedir el tránsito es absurdo y eso de acudir a la fe para un conflicto laboral nomás no cabe, mientras que para la de los otros lo que no cabe es eso de desaparecer a un sindicato o de cambiar las formas tradicionales de organización y funcionamiento social. Pero entonces, dado que lo que nos dicen no es la verdad y que México no es como parece que es, entonces ¿qué esperar para el futuro?
Muchos ilustrados aseguran que en el 2010 va a haber un estallido social. ¿Será? ¿hay elementos para sustentar la afirmación? ¿y cuáles son esos elementos? ¿y qué piensan de eso quienes se supone serían los que lo llevarían a cabo, sean quienes sean estos?
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
domingo, 13 de diciembre de 2009
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