JORGE MOCH
Cabezalcubo: Mochtumbaburros@yahoo.com
El mundo que fabrica la televisión, cualquiera con dos dedos de frente lo llega a entender un día, es una mentira publicitaria. En el cielo las cosas no son diferentes. Uno de los ejemplos más claros son las líneas aéreas, esas empresas que se encargan de hacer brincar gente y mercancía de ciudad en ciudad, de un rincón del mundo a otro. La publicidad de las líneas aéreas suele mostrar el planeo majestuoso de un avión refulgente, ave de acero que cruza el éter reflejando la luz del sol, relámpago que es máquina celestial. Si en la tele vemos escenas que correspondan a las oficinas en tierra de la aerolínea, siempre veremos a cuadro rostros risueños, chicas guapas en uniforme –¡qué quinceañera no quisiera ser sobrecargo!–, mancebos rigurosamente trajeados, de talla superior a la media mexicana, pero con rasgos suficientes que permitan identificarlos como latinos , corbatas al punto, insignias doradas, mascadas al cuello y una manera de caminar como sólo la tiene quien sabe a dónde va. La de las aerolíneas es gente elegante, educada, serena, eficiente, puntual y siempre risueña. Uno llega a pensar, viendo los anuncios donde detrás del mostrador hay una guapa muchacha sonriente, a la que parece darle mucho gusto que la cámara, o sea uno mismo, se acerque a preguntarle algo, que una de las cualidades de quien trabaja en una aerolínea es el gusto por la gente. Pero entonces uno va y compra su boleto, digamos, en Iberia, la línea aérea de España, según reza su estribillo publicitario, y la realidad deconstruye a cabronazos la imagen publicitaria: la sonrisa de la chica guapa es un gesto que viaja del asco al aburrimiento en la jeta de un tipo mal encarado a quien la presencia del cliente parece provocar cólico y urticaria. Luego, esa puntualidad prometida en los anuncios también ha sido hurtada por la realidad, y resulta que los retrasos de diez a quince minutos son el menor de los males y una suerte de usos y costumbres sin aviso pero que cualquier pasajero debe aceptar sin retobos. Ni qué decir cuando la eficiencia cacareada se traduce en malos modos a bordo y finalmente una maleta extraviada. Las sonrisas, aquella como vocación de servicio de las coquetas señoritas de mascada al cuello y uniforme impecable, trucan de pronto en una gorda atorrante, dueña de la más hiriente impaciencia que ser humano puede ser capaz de exhibir, especialista en respuestas impertinentes, resuellos que dicen cuán tonto es uno, o bufidos de evidente desprecio ante la preocupación del pasajero que llevaba en su maleta la dosis de antihiperten sivo con que habría de salvar la vida, precisamente, ante tremendo disgusto."
domingo, 3 de enero de 2010
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