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En Francia, el texto revirtió la aprobación de la ley que permitiría la introducción de transgénicos.
La periodista trajo a México su investigación sobre las turbias prácticas de la empresa.
El mundo según Monsanto, de Marie-Monique Robin, un texto para dejar de comer tranquilo.
RICARDO SOLIS.
Marie-Monique Robin, periodista, documentalista y cineasta francesa, quien estuvo de visita en el país hace días para la proyección de uno de sus documentales, también promovió su más reciente libro El mundo según Monsanto: de la dioxina a los OGM, una multinacional que les desea lo mejor (Península, Barcelona, 2008), que comienza a distribuirse en México y cuya importancia bien puede marcarse en más de un aspecto, rebasando con mucho su mero contenido informativo.
De hecho, el libro viene precedido por su fama de haber logrado cambiar el voto de algunos diputados que impulsaban el proyecto de ley para la introducción de transgénicos en Francia (país en el que se ha convertido en el ensayo periodístico más leído de los últimos tiempos) y, finalmente, terminara siendo rechazado por el parlamento galo en 2008, quedando así libres de esta clase de plantaciones.
Pero por supuesto, es más que eso. De hecho, casi se podría conseguir con algunos reseñistas que lo califican como un texto para dejar de comer tranquilo, aunque si algo distingue al libro a lo largo de sus poco más de 500 páginas es tanto la cuidada redacción (para evitar demandas legales de la poderosa empresa, de acuerdo con la autora), como el acucioso trabajo de compilación, tres años de viajar por el mundo haciendo entrevistas a los involucrados (sólo se negaron aquellos que trabajan para la empresa), y revisando pilas de documentos desclasificados (a los cuales, en su totalidad, puede accederse vía Internet).
Con una ingeniosa y eficiente narrativa, pasando del dato al testimonio, de la referencia histórica a la accesible explicación científica, Robin va exhibiendo las prácticas monopólicas, los entresijos de la corrupción, las tácticas de desinformación y la nada velada ambición de un cuerpo corporativo que controla ya, a nivel de patentes, el 90 por ciento de los OGM (Organismos Genéticamente Modificados) que se relacionan con la alimentación.
No parece exagerado, una vez que se adentra el lector en el desarrollo de Monsanto, a lo largo de su más de un siglo de existencia, calificar a la transnacional como un verdadero Gran Hermano, cuyos espías viajan alrededor del globo en busca de zonas de cultivo contaminadas por sus variedades de plantas transgénicas para, mediante un proceso en el que siempre se busca la ventaja a costa de (casi) cualquier medio, exigir regalías o condicionar.
Monsanto, pues, desde sus orígenes, se dedica a la industria química y se vincula con la producción dirigida a la estructura militar del gobierno (de los Estados Unidos); nunca alejada de los escándalos (desde la tóxica dioxina, la peligrosa hormona de crecimiento bovino o el tristemente afamado agente naranja), ha sido lo suficientemente poderosa como para impulsar legislaciones a medida en diferentes épocas y países, con tal de colocar en el mercado sus productos (a los que, por cierto, nunca se ha estudiado debidamente, en términos científicos).
A ese respecto, el libro es puntilloso y ejemplar al describir las prácticas en las que ha incurrido Monsanto para garantizar sus fines. Desde el calvario sufrido por diversos investigadores que han denunciado lo incorrecto de ciertos estudios amañados (conocidos como whistleblowers), hasta las estrategias conocidas como puertas giratorias (mediante la cual se puede pasar de formar parte de una dependencia pública a ser ejecutivo de la empresa y viceversa) que han beneficiado a más de un científico, empresario o político.
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