Luis Javier Garrido
La patética entrevista de Felipe Calderón con Barack Obama ayer en la Casa Blanca confirma el viraje radical que ha ocurrido en las relaciones de México con Estados Unidos durante los gobiernos de la ultraderecha, que están teniendo un nuevo momento de quiebre tras dos acontecimientos: la publicación de los cables de Wikileaks por La Jornada, desde el 10 de febrero, y lo acontecido en la carretera federal 57, el 15 de febrero, que como lo subrayan los medios estadunidenses, fueron los dos factores que llevaron a Washington a citar con urgencia a Calderón.
1. México se halla cada vez más en una encrucijada, pero ni las fuerzas políticas y sociales ni los medios masivos de comunicación parecen darse cuenta de la gravedad de lo que está aconteciendo en nuestro país al entregar ya los panistas sin reservas a Estados Unidos no nada más las riquezas estratégicas de nuestro país –y en particular el petróleo–, sino el control absoluto de áreas importantes del aparato estatal y funciones de gobierno.
2. La agresiva política imperial con la cual Estados Unidos busca salir de la grave crisis financiera, económica, política y moral en la que se hunde –y que ha sido la misma en la administración del demócrata Barack W. Obama que en la de su predecesor republicano George W. Bush–, hubiera requerido tener en México al frente del Estado a funcionarios patriotas, con una visión nacional de largo alcance y una concepción del Estado y de la legalidad –como acontece en varios países de América Latina– y no, como está aconteciendo, a un puñado de yuppies conservadores vinculados a las multinacionales, que de manera impune han hecho del país su botín personal para librarse a todo género de negocios sin importarles entregarlo a Washington y al capital trasnacional a fin de sobrevivir como gobierno, como está aconteciendo.
3. El significado del fraude de 2006 es ahora más evidente que nunca al conocerse mejor y en detalle el tenor de las relaciones de México con Washington, pues lo que acordó entonces Estados Unidos con Calderón fue respaldarlo para que se instalase en la silla presidencial, por muy descomunal que hubiese sido el fraude, a cambio de que el nuevo gobierno panista por un lado les entregara sin reservas el control de los recursos básicos del país, y de manera explícita el petróleo, y por el otro les permitiese una gestión más directa de las políticas internas de México para acelerar el desmantelamiento del Estado surgido de la Revolución Mexicana –aunque ambas cosas estuviesen de manera tajante impedidas por la Constitución de 1917–, por lo que los halcones washingtonianos impusieron a Calderón la estrategia de la seudo guerra “contra el narco”, a fin de alcanzar esos objetivos.
4. Los medios estadunidenses no ocultaron el sentido de la entrevista, y mientras la prensa oficialista mexicana insistía en que se trataba de ponderar las relaciones económicas, allá se señaló con claridad que era para analizar los «temas de seguridad» (de Estados Unidos, naturalmente), y en particular para tratar lo relativo a la petición de que los agentes estadunidenses de todas las corporaciones que actúan ya en nuestro territorio estén en lo sucesivo armados, luego de la muerte del agente de Estados Unidos Jaime Zapata el 15 de febrero en la carretera federal 57, cerca de Ojo Caliente, en San Luis Potosí.
5. La presencia de Zapata, como la de otros cientos de agentes, de más de una docena de corporaciones gubernamentales estadunidenses, que campantes han actuado ejerciendo actos de autoridad en territorio mexicano, es como se sabe violatoria de la Constitución y de las leyes de nuestro país, pues ningún poder u órgano del Estado tiene facultades para permitirles actuar en México, ni mucho menos para negociar esto a nivel internacional. El cierre que hizo la FBI de esa carretera federal el 18 de febrero para «reconstruir los hechos», acontecimiento de extraordinaria gravedad, da cuenta de la ilegalidad y prepotencia con la que se está actuando.
6. La entrevista de ayer no fue por lo tanto para cambiar las políticas sino para disimular el entreguismo creciente del gobierno mexicano. Lo que está deteriorado no son las relaciones entre los gobiernos de Obama y de Calderón, que no son otra cosa que las relaciones entre un poder imperial y un gobierno que funge como su marioneta; lo que está deteriorado son las políticas de simulación y de mentira de ambos gobiernos en torno a la violencia que han desatado en México, con el pretexto de una supuesta guerra “contra el narco”, que ha costado la vida a decenas de miles de mexicanos (y a menos de diez estadunidenses), y en la que muy pocos creen ya, y que los cables del Departamento de Estado entregados por Wikileaks a La Jornada para su publicación están contribuyendo a evidenciar en toda su perversidad. La CNN lo decía con claridad el miércoles 3, señalando que el motivo de la cita de Calderón con Obama era “generar un clima de tranquilidad luego de las filtraciones de Wikileaks”.
7. La invitación de Obama buscaba por otro lado lo que resulta imposible: levantar la imagen del individuo que les ha entregado todo y que ahora se halla en un creciente desprestigio tras lo acontecido en la carretera 57 y los cables de Wikileaks, que tanto han enervado a Calderón, pero muy poco lo logró con sus palabras de coba. El panista intentó fallidamente en una entrevista a El Universal del 22 de febrero refutar con una aparente crítica al embajador estadunidense Carlos Pascual por el desdén y menosprecio con que se refiere a él en los cables y por la visión general que se desprende en ellos, pues aparece como un gobernante débil que a pesar de su sumisión a la Casa Blanca y al embajador estadunidense es ineficaz e incompetente por lo que, según se ha venido argumentando desde allá, Washington requiere llevar a cabo una intervención más directa en los asuntos internos de México, y ahora tras el viaje del panista esa visión de su sumisión e incompetencia no cambió en mucho.
8. Los deslices de Obama y de Calderón en la conferencia de prensa que brindaron tras su encuentro de dos horas no les permitieron empero generar una imagen distinta de la ya establecida con los hechos, los cuales evidencian todos los días que la violencia irracional desatada en México, y de la que son responsables ambos gobiernos, busca lograr una cada vez mayor subordinación de México hacia Washington, que está llevando a nuestro país a convertirse en un absoluto protectorado. Obama subrayó por ejemplo que algo fundamental en la nueva relación era el hecho de que gracias a las políticas de Calderón «nos sea más fácil hacer negocios en México», aludiendo a la entrega de la industria petrolera, mientras Calderón se enorgulleció en reiterar que uno de sus grandes logros es que la política exterior de México se halle ya por completo subordinada a la de Washington, como se ve en los acontecimientos del norte de África y del Medio Oriente, adonde ahora México avala plenamente la injerencia estadunidense.
Enlaces:
Los cables sobre México en WikiLeaks
Sitio especial de La Jornada sobre WikiLeaks
sábado, 5 de marzo de 2011
TE QUIERO
La violencia ajena de cada día, esa que nos endilgan como propia, dio pie al poeta lagunero Miguel Morales para escribir este poema, que quiero compartirles. Que estoy obligada a compartirles.
Aunque halla incendio y balacera
en mi país
calles patrulladas por el convoy
sin el ladrido centinela
a pesar de la luz arrebatada
sin arbotantes ni candiles
te quiero más temprano
con el grifo a presión
y con escoba
como era la costumbre
sin miedo a cantar
y señalar el viento
con el sello de tu voz
sin creerle al crepúsculo
su veleta enrojecida y sensacional
disparando en cada esquina
balas de neón
no puedes impedir
que las rapiñas repten
y busquen tu cabeza
pero puedes evitar que aniden
hoy la noticia es que te quiero
libre y solaz
a sol abierto
reclamando tu herencia
declarando tu conquista
tomando posesión de tu comarca
si no pones un pie
en el suelo
lo harán las piedras
piensa que Dios le ha dado
a esta ciudad
a este país
a este planeta
un hijo
una Palabra verdadera
una oración
para desatar al hombre fuerte.
Miguel Morales
Aunque halla incendio y balacera
en mi país
calles patrulladas por el convoy
sin el ladrido centinela
a pesar de la luz arrebatada
sin arbotantes ni candiles
te quiero más temprano
con el grifo a presión
y con escoba
como era la costumbre
sin miedo a cantar
y señalar el viento
con el sello de tu voz
sin creerle al crepúsculo
su veleta enrojecida y sensacional
disparando en cada esquina
balas de neón
no puedes impedir
que las rapiñas repten
y busquen tu cabeza
pero puedes evitar que aniden
hoy la noticia es que te quiero
libre y solaz
a sol abierto
reclamando tu herencia
declarando tu conquista
tomando posesión de tu comarca
si no pones un pie
en el suelo
lo harán las piedras
piensa que Dios le ha dado
a esta ciudad
a este país
a este planeta
un hijo
una Palabra verdadera
una oración
para desatar al hombre fuerte.
Miguel Morales
LOS NIÑOS NO TIENEN LA CULPA
Elena Azaola*
MÉXICO, D.F., 4 de marzo.- Sé que hace poco has perdido a tu padre, a tu madre o a tus hermanos, o que quizás son tus amigos o tus compañeros de clase a quienes les ha tocado perder a alguno de sus familiares. También sé que nada de lo que pueda decirte a ti o a tus amigos compensará esa pérdida o disminuirá su dolor. Tampoco, quizás, hará que tú o tus amigos dejen de soñar con ellos, de que se despierten llorando, de preguntarse dónde están o por qué se fueron, por qué los dejaron si todavía tenían tantas cosas que les habría gustado disfrutar con ellos: leer un cuento, jugar en el parque, celebrar los cumpleaños, las fiestas de 15 años o las de graduación, la primera salida con el novio o la novia; en fin, tantas cosas que jamás serán posibles…
A ustedes, los niños, les ha tocado pagar la peor parte de esta guerra sin que nadie se preocupara siquiera por imaginar los costos que tendría para sus vidas, por reparar los daños que les ha dejado, por expresarles simpatía o comprensión; sin que nadie los hubiera acurrucado y dicho que entiende su sufrimiento y que se compromete a compensarlos. No es este el país que muchos mexicanos queremos ni el que ustedes se merecen.
A todos nos corresponde pedirles perdón por nuestra indiferencia, por nuestra incapacidad para escucharlos. Una vez que lo hayamos hecho, pero sólo entonces, tendríamos que sumarnos todos e invitar a los niños a sumarse y a dedicar todas nuestras energías a no alimentar el rencor o buscar la venganza. Necesitamos de la energía de todos para construir un país en el que nunca más otros niños tengan que sufrir lo que a ustedes les ha tocado sufrir. Sólo podremos construir el país que queremos si somos capaces de reconciliar, de reivindicar para todos, como derecho fundamental, el derecho a la vida. Que nadie les diga que su dolor y sus muertes son daños colaterales que había que permitir en aras de otros objetivos que nunca debieron haber sido colocados por encima del derecho a la vida de todos.
La reconciliación que el país requiere comienza por que los adultos podamos hacernos cargo de la pérdida que los niños han sufrido, ya sea que sus padres hayan muerto por error, porque formaban parte de un grupo delictivo o porque eran soldados o policías. Los niños no tienen la culpa y la pérdida de sus padres les pesa y duele de la misma manera a todos. La reconciliación no podrá darse mientras los adultos no nos hagamos cargo del dolor de cada uno de los niños, hijos del policía o del delincuente: los niños no tienen la culpa.
Nada de esto será posible mientras no sanemos las heridas, mientras no abracemos a nuestros niños y les digamos que ellos no son culpables, y mientras nosotros, los adultos, no seamos capaces de ofrecer un lugar para que todos los niños puedan tener una vida digna en nuestro país.
*Doctora en antropología social y psicoanalista, Elena Azaola Garrido es autora de varios libros sobre derechos humanos, de las mujeres y de la infancia; ha recibido numerosos reconocimientos nacionales e internacionales y ha representado a México ante organismos como la UNICEF con el tema de los derechos de los niños.
eazaola@ciesas.edu.mx
MÉXICO, D.F., 4 de marzo.- Sé que hace poco has perdido a tu padre, a tu madre o a tus hermanos, o que quizás son tus amigos o tus compañeros de clase a quienes les ha tocado perder a alguno de sus familiares. También sé que nada de lo que pueda decirte a ti o a tus amigos compensará esa pérdida o disminuirá su dolor. Tampoco, quizás, hará que tú o tus amigos dejen de soñar con ellos, de que se despierten llorando, de preguntarse dónde están o por qué se fueron, por qué los dejaron si todavía tenían tantas cosas que les habría gustado disfrutar con ellos: leer un cuento, jugar en el parque, celebrar los cumpleaños, las fiestas de 15 años o las de graduación, la primera salida con el novio o la novia; en fin, tantas cosas que jamás serán posibles…
A ustedes, los niños, les ha tocado pagar la peor parte de esta guerra sin que nadie se preocupara siquiera por imaginar los costos que tendría para sus vidas, por reparar los daños que les ha dejado, por expresarles simpatía o comprensión; sin que nadie los hubiera acurrucado y dicho que entiende su sufrimiento y que se compromete a compensarlos. No es este el país que muchos mexicanos queremos ni el que ustedes se merecen.
A todos nos corresponde pedirles perdón por nuestra indiferencia, por nuestra incapacidad para escucharlos. Una vez que lo hayamos hecho, pero sólo entonces, tendríamos que sumarnos todos e invitar a los niños a sumarse y a dedicar todas nuestras energías a no alimentar el rencor o buscar la venganza. Necesitamos de la energía de todos para construir un país en el que nunca más otros niños tengan que sufrir lo que a ustedes les ha tocado sufrir. Sólo podremos construir el país que queremos si somos capaces de reconciliar, de reivindicar para todos, como derecho fundamental, el derecho a la vida. Que nadie les diga que su dolor y sus muertes son daños colaterales que había que permitir en aras de otros objetivos que nunca debieron haber sido colocados por encima del derecho a la vida de todos.
La reconciliación que el país requiere comienza por que los adultos podamos hacernos cargo de la pérdida que los niños han sufrido, ya sea que sus padres hayan muerto por error, porque formaban parte de un grupo delictivo o porque eran soldados o policías. Los niños no tienen la culpa y la pérdida de sus padres les pesa y duele de la misma manera a todos. La reconciliación no podrá darse mientras los adultos no nos hagamos cargo del dolor de cada uno de los niños, hijos del policía o del delincuente: los niños no tienen la culpa.
Nada de esto será posible mientras no sanemos las heridas, mientras no abracemos a nuestros niños y les digamos que ellos no son culpables, y mientras nosotros, los adultos, no seamos capaces de ofrecer un lugar para que todos los niños puedan tener una vida digna en nuestro país.
*Doctora en antropología social y psicoanalista, Elena Azaola Garrido es autora de varios libros sobre derechos humanos, de las mujeres y de la infancia; ha recibido numerosos reconocimientos nacionales e internacionales y ha representado a México ante organismos como la UNICEF con el tema de los derechos de los niños.
eazaola@ciesas.edu.mx
LA FALLIDA ESTRATEGIA REDONDA CONTRA EL NARCO
Jesusa Cervantes
MÉXICO, DF, 4 de marzo (apro),- A inicios de su gobierno, Felipe Calderón reunió al gabinete de seguridad y, junto con ellos, tomó la determinación de iniciar su ya famosa “guerra contra el narco”.
A la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) se le mandó por delante; al lado tendría a las policías y, atrás de todos ellos, a los ministerios públicos federales, los programas sociales, los educativos, los de deporte y los del agro.
Se planteó, pues, una “estrategia redonda”.
Así la llama uno de los generales que participaría en este plan. Los programas sociales que acompañarían la guerra de Calderón entrarían en acción para de esta forma contar un “control de daños”.
En el documento confidencial de la Sedena --que Proceso dio a conocer la semana pasada con el título “Solución viable: ‘unificación pactada’”, se define con claridad el rol que jugaría el sector militar en la “Estrategia integral del combate al narcotráfico” y conocida como la guerra de Calderón.
Según el reporte, las Fuerzas Armadas sólo serían una parte de la estrategia.
Su función consistiría en “constituir la principal barrera de contención del fenómeno delictivo”.
Y mientras los militares ubicarían y perseguirían a los integrantes del crimen organizado “para proporcionar tiempo y espacio necesarios al Estado mexicano”, del otro lado otros integrantes del Ejecutivo trabajarían en los aspectos sociales, policíacos y judiciales.
Así, mientras los militares se enfrentaban a los diversos cárteles, se suponía que el gobierno federal se “pertrecharía en otras áreas sensibles”. El resultado que se esperaba es que de un lado las armas harían su trabajo y del otro se irían creando las condiciones necesarias para mejorar la vida de los ciudadanos.
Se trataba, pues, de un “enfoque integral”.
Pero ¿qué ocurrió entonces? Uno de los generales de Sedena lo resume así: “La estrategia redonda que se tenía no se aplicó porque ni a los jueces ni a los ministerios públicos se les preparó, la corrupción no se atacó, los programas sociales nunca arrancaron y, algo muy importante, se dijo que ante la falta de policías preparados y limpios, mientras el Ejército se enfrentaba con los cárteles durante los tres primeros años, del otro lado se estarían formando jóvenes policías. Pero nada de esto ocurrió, sólo se pateó al avispero”.
En lugar de erigirse en la principal barrera de contención, el Ejército se convirtió en “el único” adversario de los cárteles. El resto de los contendientes, las secretarías sociales, las nuevas policías y los nuevos ministerios públicos federales, simplemente se hicieron a un lado.
Ese escenario tuvo dos efectos diametralmente opuestos entre la población: para unos, el Ejército se convirtió en el gran violador de los derechos humanos, en el nuevo gran corrupto y, por supuesto, en un ineficiente actor; ya para otros fue todo lo opuesto: se vio a las Fuerzas Armadas como el gran defensor de la ciudadanía y el sector más prestigiado e incorruptible que podía hacer frente al narcotráfico.
En medio de estas ópticas quedó el Ejército el que, cargando el desprestigio sobre sus hombros, se fue desmoralizando poco a poco a tal grado de que pocos quieren participar en él, razón por la que Calderón ha planteado que se modifique la Ley Orgánica del Ejército, con el fin de que sus miembros administrativos puedan ser movilizados al campo de batalla.
En medio de todo ello, escaló la rivalidad entre las Fuerzas Armadas y las corporaciones policíacas. Estas no sólo no se renovaron, además Genaro García Luna, el titular de la SSP federal, tampoco cumplió con su parte y además pasó la estafeta a los militares en su trabajo de seguridad pública.
Así es que viendo todo esto y siendo Felipe Calderón el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, el jefe de García Luna y el que no ha podido mantener la estabilidad en las “áreas sensibles” que participarían en esta lucha, es decir, los secretarios de Agricultura, Desarrollo Social y Educación, pues sólo se puede llegar a la conclusión de que es él el principal responsable de que “su” guerra esté llena de bajas y que todo siga igual dentro del crimen organizado.
A lo más que ha llegado Calderón es a detener o abatir algunos cabecillas, mismos que han sido sustituidos por otros que están actuando con más rabia y violencia que antes.
El gran incumplimiento en que cayó García Luna es, por ejemplo, el no haber evitado la proliferación de pandillas, las que a lo largo del sexenio calderonista se han incrementado exponencialmente, pero lo peor, es que se han unido a los cárteles de la droga, convirtiéndose en sus principales sicarios. Tan sólo un dato, en Cancún existen ¡¡796 pandillas!! Un número muy elevado para un lugar tan pequeño pero crucial para el trasiego de droga.
García Luna, en lugar de ayudar al Ejército, dejó el campo libre para fortalecer a quienes los militares combaten, o por lo menos aseguran que sí combaten.
Del otro lado: Sedesol, SEP o Sagarpa tampoco pudieron operar en beneficio de la “estrategia integral”, y una muestra clara de que no saben cómo hacerlo es el llamado programa “Todos somos Juárez”.
En esta ciudad fronteriza intentaron hacer lo que debieron emprender desde el inicio del sexenio, sin embargo, no lo implementaron hasta que sucedió la masacre de jóvenes de Salválcar.
Una vez muertos los jóvenes, se construyeron canchas deportivas y se trató de ofrecer nuevos trabajos. Sin embargo, el accionar del resto de las secretarías fue demasiado tarde y ahora de nada sirven las nuevas canchas ni los nuevos empleos que se otorgan en estas zonas de verdadero conflicto.
Otro de los lineamientos que irían de la mano de la “estrategia integral” sería el trabajo de cabildeo que haría el gobierno federal para que lo más pronto posible se aprobaran cambios a la Ley de Seguridad Nacional y, a través de ella, se le dieran las herramientas a los militares para que pudieran hacer trabajos de seguridad pública sin seguir violentando la Constitución. Pero esto tampoco ocurrió.
Expuestos los militares, ahora tienen que sumar al reclamo de la población por “los daños colaterales” (muerte de civiles), el desprestigio por la participación de miembros del Ejército en el propio narcotráfico.
Para algunos integrantes de la Sedena, el propio gobierno los dejó solos y muchos de los militares ya anticipan que esta “es una guerra que no vamos a ganar”.
Y algo está ocurriendo en la Comisión de la Defensa Nacional de la Cámara de Diputados donde al parecer la Sedena no dio el visto bueno al nuevo presidente, Rogelio Cerda; es más, ni siquiera lo ha recibido el secretario general Guillermo Galván Galván.
El 22 de febrero, el priista Rogelio Cerda asumió la presidencia de la Comisión en sustitución de Ardelio Vargas Fosado, quien se fue de secretario de Seguridad Pública al estado de Puebla.
Dicen que Sedena traía otro candidato pero que Francisco Rojas prefirió no consultarla y entonces decidir él y solo él quién sería el nuevo presidente de esa comisión clave. Al general Galván “sólo se le comunicó”, pero nunca se le pidió su parecer sobre el nombramiento.
Y todo parece indicar que Sedena no supo operar políticamente y, sin cuidar las formas, le impuso a Rogelio Cerda a uno de los hombres de la milicia. Sí, porque si no, ¿cómo se explica uno que un mayor en activo, Ramón Avalos, lo hayan nombrado secretario técnico de la Comisión de la Defensa en la Cámara de Diputados? Hasta lo que se tiene entendido, quien dispone de los militares en activo es la Sedena y sólo la Sedena.
La maniobra no fue la mejor, pues si el general Galván quería mantener influencia en dicha comisión lo mejor hubiera sido poner a un civil en tal cargo y no a un militar en activo.
Por lo pronto, la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados investigará cómo es que llegó al puesto de secretario técnico de un órgano civil un militar en activo.
Comentarios: mjcervantes@proceso.com.mx
MÉXICO, DF, 4 de marzo (apro),- A inicios de su gobierno, Felipe Calderón reunió al gabinete de seguridad y, junto con ellos, tomó la determinación de iniciar su ya famosa “guerra contra el narco”.
A la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) se le mandó por delante; al lado tendría a las policías y, atrás de todos ellos, a los ministerios públicos federales, los programas sociales, los educativos, los de deporte y los del agro.
Se planteó, pues, una “estrategia redonda”.
Así la llama uno de los generales que participaría en este plan. Los programas sociales que acompañarían la guerra de Calderón entrarían en acción para de esta forma contar un “control de daños”.
En el documento confidencial de la Sedena --que Proceso dio a conocer la semana pasada con el título “Solución viable: ‘unificación pactada’”, se define con claridad el rol que jugaría el sector militar en la “Estrategia integral del combate al narcotráfico” y conocida como la guerra de Calderón.
Según el reporte, las Fuerzas Armadas sólo serían una parte de la estrategia.
Su función consistiría en “constituir la principal barrera de contención del fenómeno delictivo”.
Y mientras los militares ubicarían y perseguirían a los integrantes del crimen organizado “para proporcionar tiempo y espacio necesarios al Estado mexicano”, del otro lado otros integrantes del Ejecutivo trabajarían en los aspectos sociales, policíacos y judiciales.
Así, mientras los militares se enfrentaban a los diversos cárteles, se suponía que el gobierno federal se “pertrecharía en otras áreas sensibles”. El resultado que se esperaba es que de un lado las armas harían su trabajo y del otro se irían creando las condiciones necesarias para mejorar la vida de los ciudadanos.
Se trataba, pues, de un “enfoque integral”.
Pero ¿qué ocurrió entonces? Uno de los generales de Sedena lo resume así: “La estrategia redonda que se tenía no se aplicó porque ni a los jueces ni a los ministerios públicos se les preparó, la corrupción no se atacó, los programas sociales nunca arrancaron y, algo muy importante, se dijo que ante la falta de policías preparados y limpios, mientras el Ejército se enfrentaba con los cárteles durante los tres primeros años, del otro lado se estarían formando jóvenes policías. Pero nada de esto ocurrió, sólo se pateó al avispero”.
En lugar de erigirse en la principal barrera de contención, el Ejército se convirtió en “el único” adversario de los cárteles. El resto de los contendientes, las secretarías sociales, las nuevas policías y los nuevos ministerios públicos federales, simplemente se hicieron a un lado.
Ese escenario tuvo dos efectos diametralmente opuestos entre la población: para unos, el Ejército se convirtió en el gran violador de los derechos humanos, en el nuevo gran corrupto y, por supuesto, en un ineficiente actor; ya para otros fue todo lo opuesto: se vio a las Fuerzas Armadas como el gran defensor de la ciudadanía y el sector más prestigiado e incorruptible que podía hacer frente al narcotráfico.
En medio de estas ópticas quedó el Ejército el que, cargando el desprestigio sobre sus hombros, se fue desmoralizando poco a poco a tal grado de que pocos quieren participar en él, razón por la que Calderón ha planteado que se modifique la Ley Orgánica del Ejército, con el fin de que sus miembros administrativos puedan ser movilizados al campo de batalla.
En medio de todo ello, escaló la rivalidad entre las Fuerzas Armadas y las corporaciones policíacas. Estas no sólo no se renovaron, además Genaro García Luna, el titular de la SSP federal, tampoco cumplió con su parte y además pasó la estafeta a los militares en su trabajo de seguridad pública.
Así es que viendo todo esto y siendo Felipe Calderón el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, el jefe de García Luna y el que no ha podido mantener la estabilidad en las “áreas sensibles” que participarían en esta lucha, es decir, los secretarios de Agricultura, Desarrollo Social y Educación, pues sólo se puede llegar a la conclusión de que es él el principal responsable de que “su” guerra esté llena de bajas y que todo siga igual dentro del crimen organizado.
A lo más que ha llegado Calderón es a detener o abatir algunos cabecillas, mismos que han sido sustituidos por otros que están actuando con más rabia y violencia que antes.
El gran incumplimiento en que cayó García Luna es, por ejemplo, el no haber evitado la proliferación de pandillas, las que a lo largo del sexenio calderonista se han incrementado exponencialmente, pero lo peor, es que se han unido a los cárteles de la droga, convirtiéndose en sus principales sicarios. Tan sólo un dato, en Cancún existen ¡¡796 pandillas!! Un número muy elevado para un lugar tan pequeño pero crucial para el trasiego de droga.
García Luna, en lugar de ayudar al Ejército, dejó el campo libre para fortalecer a quienes los militares combaten, o por lo menos aseguran que sí combaten.
Del otro lado: Sedesol, SEP o Sagarpa tampoco pudieron operar en beneficio de la “estrategia integral”, y una muestra clara de que no saben cómo hacerlo es el llamado programa “Todos somos Juárez”.
En esta ciudad fronteriza intentaron hacer lo que debieron emprender desde el inicio del sexenio, sin embargo, no lo implementaron hasta que sucedió la masacre de jóvenes de Salválcar.
Una vez muertos los jóvenes, se construyeron canchas deportivas y se trató de ofrecer nuevos trabajos. Sin embargo, el accionar del resto de las secretarías fue demasiado tarde y ahora de nada sirven las nuevas canchas ni los nuevos empleos que se otorgan en estas zonas de verdadero conflicto.
Otro de los lineamientos que irían de la mano de la “estrategia integral” sería el trabajo de cabildeo que haría el gobierno federal para que lo más pronto posible se aprobaran cambios a la Ley de Seguridad Nacional y, a través de ella, se le dieran las herramientas a los militares para que pudieran hacer trabajos de seguridad pública sin seguir violentando la Constitución. Pero esto tampoco ocurrió.
Expuestos los militares, ahora tienen que sumar al reclamo de la población por “los daños colaterales” (muerte de civiles), el desprestigio por la participación de miembros del Ejército en el propio narcotráfico.
Para algunos integrantes de la Sedena, el propio gobierno los dejó solos y muchos de los militares ya anticipan que esta “es una guerra que no vamos a ganar”.
Y algo está ocurriendo en la Comisión de la Defensa Nacional de la Cámara de Diputados donde al parecer la Sedena no dio el visto bueno al nuevo presidente, Rogelio Cerda; es más, ni siquiera lo ha recibido el secretario general Guillermo Galván Galván.
El 22 de febrero, el priista Rogelio Cerda asumió la presidencia de la Comisión en sustitución de Ardelio Vargas Fosado, quien se fue de secretario de Seguridad Pública al estado de Puebla.
Dicen que Sedena traía otro candidato pero que Francisco Rojas prefirió no consultarla y entonces decidir él y solo él quién sería el nuevo presidente de esa comisión clave. Al general Galván “sólo se le comunicó”, pero nunca se le pidió su parecer sobre el nombramiento.
Y todo parece indicar que Sedena no supo operar políticamente y, sin cuidar las formas, le impuso a Rogelio Cerda a uno de los hombres de la milicia. Sí, porque si no, ¿cómo se explica uno que un mayor en activo, Ramón Avalos, lo hayan nombrado secretario técnico de la Comisión de la Defensa en la Cámara de Diputados? Hasta lo que se tiene entendido, quien dispone de los militares en activo es la Sedena y sólo la Sedena.
La maniobra no fue la mejor, pues si el general Galván quería mantener influencia en dicha comisión lo mejor hubiera sido poner a un civil en tal cargo y no a un militar en activo.
Por lo pronto, la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados investigará cómo es que llegó al puesto de secretario técnico de un órgano civil un militar en activo.
Comentarios: mjcervantes@proceso.com.mx
Suscribirse a:
Entradas (Atom)